Entre masa para pie y gorros para el Mundial

Maricruz González C.
Quito, Ecuador

Debemos reconocerlo. Los ecuatorianos de todas las épocas hemos sido muy malos para promocionar los extraordinarios dones que se nos han otorgado.

Todos, o casi todos, sabemos que entre las maravillas de este minúsculo país al que casi nadie conoce en el mundo está una naturaleza exuberante –volcanes, nevados, montañas, páramos y valles de la cordillera andina, bosques nublados, lluviosos y secos de sus estribaciones y planicies, lagos, Galápagos y playas en cuyas aguas uno entra con plácida sonrisa y no castañeteando los dientes… todo, incluida su fauna, en un puñado de kilómetros de punta a punta.

Entre esas maravillas está también una cocina tan diversa como sus regiones, que nos permite degustar de cebiches, humitas o tamales de varias clases y sabores según la ciudad, pueblo e incluso hogar en donde estemos; dicen que más de 200 tipos de sopas, cada una más espectacular que otra; (textualmente) exquisitos platos costeros hechos a base de pescados y mariscos, entre los que destacan los manabitas; platos específicos para celebrar fechas especiales, como la fanesca, las wawas de pan y la colada morada; postres y bocaditos de frutas, como los cuencanos y ambateños, y un gran etcétera. Muchos de ellos deberían aparecer expresamente en el Canal Gourmet, al que le falta un programa específico sobre la cocina ecuatoriana, por ecuatorianos. ¿Quién debe dar el primero paso, ellos o nosotros?

Hace unas semanas regresaba de Lima y Bogotá, con la memoria llena de los mensajes (y experiencias) de por qué se debe visitar ambos países, una difusión que comienza desde que uno desembarca del avión y termina cuando se vuelve a embarcar para partir. No sucede eso acá. Al ingresar al primer corredor luego de salir de la manga, no hay una sola promoción del fantástico país al que se está llegando. Ninguna información acerca de las maravillas que podrían encontrar los viajeros nacionales y foráneos. Cuando uno ingresa a este sencillo aeropuerto (que, luego de décadas de alharaca debió haber sido una eclosión de diseño y de exhibición de las culturas ecuatorianas, tan mentadas en la Constitución), el primer sitio disponible para comer es un Johnny ni sé cuántos, que ofrece la monótona comida rápida del imperio; si vamos a la planta baja, encuentramos otro representante del norte; luego, una cafetería que, según me informaron ahí, es una franquicia internacional; y unas islas con más comida rápida en donde, tal vez, si hay suerte, se puede encontrar unas humitas de mala calidad.

Es una buena introducción que se hace al turista de la divulgación ecuatoriana por ecuatorianos, sean públicos o privados, admitámoslo. Estoy hojeando un libro de recetas publicado por la Asociación de Damas del Cuerpo Diplomático en Ecuador hace ya algunos años, en donde mujeres de distintos países del mundo que participaron se disputan sus mejores recetas nacionales. Entre las sudamericanas se encuentran platos típicos argentinos, bolivianos, colombianos, chilenos, peruanos, paraguayos, uruguayos y venezolanos. Entre las recetas firmadas por damas ecuatorianas encontramos platos que me hicieron abrir la boca, pero de asombro, no de apetito: el libro inicia con una receta de la entonces primera dama de la nación, Fina de Durán Ballén, para budín de pan y, más adelante, otra de la esposa del entonces canciller Paredes: ¡masa para pie! Entre las demás recetas ecuatorianas “típicas” –porque así se indica en el preámbulo– encontré rollo a la francesa, ñoquis y estofado de pollo. En la sección de sopas, entre el gazpacho español, el ajiaco, mondongo y chuchuco colombianos, el so’o yosopy y el bori bori de Paraguay, la única receta que aparece en esa sección como ecuatoriana es una “sopa de bolitas fritas”, créanme, tengo el libro ante mí. Otra gran oportunidad de divulgar nuestra cocina que, expresamente, perdieron las damas.

Los recursos naturales y la gastronomía es lo que muchos países han sabido explotar con sabiduría publicitaria para incrementar sus entradas nacionales y contar al turismo entre sus principales actividades económicas, cuando no la más importante. Cuando uno visita esos países, es evidente que cada campaña forma parte de una planificación coordinada, no como iniciativas aisladas. ¿Qué nos pasa a nosotros?

Siempre hemos hablado acerca de la identidad ecuatoriana, que si la tenemos o no la tenemos. Al margen de discusiones psico-etno-sociológicas, la verdad es que nos rodean cosas maravillosas y que, en lugar de destruirlas, tenemos la obligación de promocionarlas por medios inteligentes y con la última tecnología disponible para que el turismo llegue a ser algún día un ingreso primordial para la población ecuatoriana. La campaña de contactar a cada asistente ecuatoriano al Mundial de Futbol de este año para entregarles una camiseta y dos gorros amarillo, azul y rojo que, según supe, lanzó el Ministerio de Turismo en semanas pasadas, dista de ser una campaña inteligente; dista de formar parte de un plan organizado con objetivos claros; y menoscaba la importancia que merece la promoción de nuestro país.

Si bien las autoridades, de todos los tiempos, que han sido elegidas popularmente, ganan sueldos y manejan dineros públicos, son en gran medida responsables de la invisibilización del Ecuador, también lo son los grandes, medianos y pequeños empresarios y cada uno de nosotros en nuestras áreas de trabajo. Todos podemos aportar con nuestros granos de arena para promocionar al Ecuador, empezando por abrir los ojos y el paladar, reconocer lo nuestro y alardearlo siempre que se nos presente le oportunidad dentro y fuera de nuestras fronteras.

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