Pura teoría burguesa

Mauricio Maldonado Muñoz
Génova, Italia

Resulta muy difícil tomarse en serio que la alternancia en el poder como característica de la democracia sea solamente una teoría burguesa. Digo “solamente”, porque esa afirmación carece, al menos, de una consideración histórica básica, y que bien se puede verificar en los hechos políticos que vinieron después de la revolución francesa o en la historia de las ideas en el pensamiento político.

La así llamada burguesía, con la “carga” que hoy tiene el término, está conectada y atada -por diversas razones- a la concepción liberal del Estado; es decir, al Estado limitado en oposición al Estado absoluto (la primera reivindicación burguesa se revela justamente contra el absolutismo y el despotismo). En este punto, el liberalismo se nutrió de la teoría de los derechos naturales, en la medida en que asumió la existencia de ciertos derechos que estaban por encima de la decisión de toda comunidad política. De dicha concepción nacieron las libertades civiles y de ellas se puede tener testimonio en las clásicas declaraciones de derechos, como la francesa de 1789, que además de su reconocimiento declaraba: “Una sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de poderes definida, no tiene Constitución”.

La democracia de los modernos, tal como la concebimos hoy en día, a pesar de que no se corresponde exactamente con la doctrina liberal, es su natural derivación, como dice el profesor Bobbio, a condición de que se la considere desde el punto de vista de su fórmula política, “que es la soberanía popular”. De esto se sigue cierta relación necesaria entre liberalismo y democracia, así: “1. en la línea que va del liberalismo a la democracia, en el sentido de que son necesarias ciertas libertades para el correcto ejercicio del poder democrático; 2. en la línea opuesta, la que va de la democracia al liberalismo, en el sentido de que es indispensable para garantizar la existencia y la persistencia de las libertades fundamentales. En otras palabras, es improbable que un Estado no liberal pueda asegurar un correcto funcionamiento de la democracia, y por otra parte es poco probable que un Estado no democrático, sea capaz de garantizar las libertades fundamentales”.

Tanto es esto verdad, que la falta de las libertades civiles hace de una “democracia” un sistema ficticio. De la doctrina liberal, la democracia moderna tomó los derechos que constituirían su basamento desde el punto de vista de su concepto procedimental, y ello quiere decir que sin estos mínimos no hay democracia, sino autocracia (o sea la natural antípoda del sistema democrático). Dice Bobbio: “Hoy sólo los Estados nacidos de las revoluciones liberales son democráticos y solamente los Estados democráticos protegen los derechos del hombre: todos los Estados autoritarios del mundo son a la vez antiliberales y antidemocráticos”.

Nuestra democracia, que no se olvide, está atada también a muchas conquistas que no pueden ser dejadas de lado por conveniencias que malusan términos que hoy parecen tener una carga negativa, pero que constituyen parte de la historia de los más altos valores occidentales. Para pena de muchos, las libertades más básicas nacieron como reivindicación burguesa y dieron origen a conceptos tan cardinales para nuestras democracias como el estado de derecho y los derechos fundamentales (que ninguna constitución moderna ha querido abandonar). Valdría tener en cuenta, como recuerda el profesor Bobbio, que “hoy estamos demasiado influenciados por la crítica exclusivamente económica del Welfare state como para darnos cuenta plena de que el primer liberalismo nace con una fuerte carga ética (…), la libertad tiene un valor moral”. Tendríamos entonces que conservar ciertos valores “burgueses” -hacer un poco de memoria histórica-, si queremos conservar la democracia.

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