Tercer lugar

Álvaro Alemán

Alvaro Alemán
Quito, Ecuador

En 1999, el sociólogo Ray Oldenburg publica un documento titulado El gran buen lugar: cafés, librerías, bares, peluquerías y otros sitios para congregarse en el corazón de la comunidad. Se trata de un libro que celebra la existencia de un “tercer lugar”, no la casa, no el trabajo sino un sitio a donde se puede ir a descansar y dialogar con otras personas. Tercer lugar es una designación genérica para una amplia variedad de lugares públicos que acogen reuniones de personas de manera voluntaria, informal y alegre. Oldenburg define el tercer lugar como una locación con las siguientes características: 1. Es territorio neutral, lo que significa que no es propiedad de ninguna de las personas que ahí se reúnen. 2. Es incluyente y no diferencia a nivel de condición social. 3. Su sentido fundamental es promover la conversación. 4. Es accesible y acogedor. 5. Hay un grupo de personas que se reúne regularmente. 6. Es de perfil relativamente bajo. 7. Tiene una atmósfera lúdica. 8. Funciona como un hogar fuera del hogar. Oldemburg en esencia espacializa y describe los lugares en que se manifiesta la llamada esfera pública, el lugar de encuentro de personas e ideas que idealmente desemboca en la democracia participativa pero que, en el camino, constituye la sociabilidad humana.

La historia del consumo de alimentos específicos coincide con estos picos dialógicos: las casas de café en Viena, de té en Inglaterra, los connotados “jardines cerveceros” en Alemania, las esquinas para el consumo de mate en el Cono Sur son todas instancias en que converge la conversación con la comensalidad, sitios donde el consumo de estimulantes se confunde con el intercambio de opiniones y noticias. El declive importante de estos espacios ha sido ya comentado desde hace algún tiempo: en las ciudades, la destrucción de las vecindades va acompañada de una ideología de la seguridad privada y de la reestructuración de la urbe para favorecer la velocidad en la circulación vehicular y el complejo de vivienda cercado.

Hay así un continuo ejercicio de eliminación, de traslado y de re-invención de estos sitios: en la medida en que la comida rápida desplaza la fonda, la corporación multinacional al café de la esquina, hay movimientos importantes hacia lugares distintos: parques, plazas, canchas, los mismos centros comerciales que en ocasiones son subvertidos y puestos al servicio de comunidades alternativas; sitios virtuales que son abandonados o disminuidos cuando pasan de prestar un servicio a convertirse en vendedores de clientes. En el Ecuador, un “tercer lugar” sui géneris resulta ser la costumbre del año viejo. En todas las ciudades, la construcción espontánea de cercos, covachas, tendidos, mediaguas, tumbados y carpas sirve para alojar una escena patética (la muerte y resurrección del año) y para sabotear al vehículo raudo, al carro veloz, al piloto ajeno a su entorno. La construcción deliberada y colectiva de un lugar para pensar es un resultado imprevisto de la quema ecuatoriana del año viejo, aunque en el balance que invariablemente acompaña estas fechas observamos el esfuerzo contrario: la eliminación del “tercer lugar” del edificio de la CONAIE. Más de veinte años de un espacio ganado para la congregación, la organización de las nacionalidades indígenas del Ecuador, se pone en riesgo ante la peligrosa noción del régimen de terciarizar su impaciencia hacia las fuerzas policiales y judiciales.

Hay una leyenda de que, cerca del cénit de su fama global, Charlie Chaplin (de quien se dice entregó uno de sus bastones al gran cronista quiteño Raúl Andrade, que, de paso, le dedicó un notable ensayo en Gobelinos de Niebla de 1943) participó en una feria rural, en un concurso de sujetos parecidos a Charlie Chaplin, y que quedó tercero. La poeta estadounidense Stephanie Lenox escribe un poema sobre esta ocasión, titulado Charlie Chaplin queda tercero en el concurso de parecidos a Charlie Chaplin:

Mi reflejo queda en segundo lugar ante mi rostro/mis zapatos segundos solo ante mis pies/el sombrero de hongo no lejos de mi verdadera testa/ y sin embargo hay días en que estoy/perdido, bastón girando como aspa/como compás confuso incapaz de dar la dirección/ a casa. Hay días sobre días/en que no aparece la broma/ hay un golpeteo en la puerta pero no nadie responde/tres hombres ingresan a un bar y se quedan ahí/hasta estar ciega e inconsolablemente ebrios/ ¿Cuándo dejé de ser una metáfora/de mí mismo para convertirme solo en una impresión/un caminadito, un abrigo largo, un toque de pintura grasienta? Quiero decirle a quien sea/que sale meneándose con el trofeo dorado, con un yo de pan de oro/encima:” ¿Quién diablos crees que eres?”

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