«Los yihadistas no son seres humanos, son unos monstruos», denuncian yazidíes

Mosul (Irak), 20 ene (EFE).- Cinco meses y dieciséis días es el tiempo que Jami Yamu, de 63 años, vivió bajo el yugo extremista del grupo Estado Islámico (EI) en la población iraquí de Tel Afar: «Nos maltrataron y nos quitaron nuestras pertenencias. No son seres humanos, son unos monstruos», denuncia en declaraciones a Efe.

Aidu Hayi, de 68 años, tiene cada segundo grabado en su mente: «Nos trataron muy mal, no nos daban comida y nos presionaban y amenazaban con armas para que nos convirtiéramos al islam».

Después de ser liberados el pasado domingo, cerca de 200 yazidíes vuelven a sentirse con vida, aunque con unos rostros pálidos por el cansancio y una salud deteriorada tras cinco meses retenidos entre las rejas del EI en Mosul, en el norte de Irak.

Destrozados y asustados, recuerdan a Efe la tortura de su cautiverio, que comenzó cuando el pasado junio, los extremistas se hicieron con el control de la mayor parte de la región norte de Irak, expulsando, matando y secuestrando a los seguidores de la religión yazidí, a los que consideran unos infieles.

Burges Elias, de 61 años y con un notable cansancio dibujado en su cara, relata a Efe cómo «unos barbudos», en referencia a los yihadistas del EI, separaron a las mujeres de sus maridos, «de quienes no saben nada desde entonces», y a ellas las obligaron a encerrarse en sus casas hasta «venir a secuestrarlas» más tarde.

El grupo de retenidos, entre los que había niños, mujeres y ancianos, fueron encarcelados en la prisión de la localidad de Tel Afar, al oeste de Mosul, aunque más tarde fueron trasladados a otro centro, en Al Rim, cerca de la provincia de Kirkuk, hasta su liberación.

Al finalizar su cautiverio, se desplazaron andando hasta zonas controladas por las fuerzas kurdas, según explica a Efe el director de Asuntos Yazidíes de la provincia de Dohuk, Hadi Dubani, quien también asegura que la liberación se debe a que los secuestrados «sufren enfermedades crónicas».

Los 196 liberados fueron trasladados a Erbil, capital del Kurdistán iraquí, para ser sometidos a pruebas médicas y, posteriormente, a un templo en Dohuk, donde las autoridades yazidíes se aseguraron de que no iban a abandonar su religión, explica Dubani.

En Dohuk, a donde llegaron en autobuses, fueron recibidos con aplausos, abrazos y lágrimas de vecinos y algún que otro familiar.

Una de las liberadas, de 70 años de edad, murió al bajar del autobús y abrazar a una de sus hijas y a su primo, Jairi Shankali, quien detalla que la mujer yazidí murió a causa del cansancio acumulado tras cinco meses de secuestro.

Jasem Jamu apenas puede pronunciar palabra. Tiene 73 años, está «agotado» y su mayor recuerdo, rememora, es cómo los yihadistas mataban a los hombres jóvenes yazidíes y capturaban a sus mujeres.

«Estábamos en un edificio muy grande retenidos por unos hombres que iban armados y desde allí pudimos ver a más de 500 mujeres yazidíes que fueron capturadas en diferentes aldeas de Sinyar. No sabemos dónde están hora», agrega a Efe Jamu.

A algunos de los secuestrados, los yihadistas les explicaron que el emir del EI, Abu Bakr al Bagdadi, había otorgado un indulto a los yazidíes y que por eso serían liberados.

Sin embargo, fuentes oficiales del Kurdistán mantienen su versión de que la liberación de los retenidos se produjo a cambio del pago de una suma de dinero por el Gobierno kurdo.

Por su parte, en una entrevista con Efe, el representante de los yazidíes en el Consejo provincial de Nínive, Jadida Hamua, instó a la comunidad internacional y la ONU a ayudar en la liberación de los más de 5.000 ciudadanos secuestrados por el EI.

Hizo especial hincapié en las personas que sufren discapacidades físicas, así como los enfermos crónicos y con crisis psicológicas.

Los 196 yazidíes pasaron más de cinco meses prisioneros del radicalismo del Estado Islámico, pero otros cientos miembros de su comunidad no han corrido la misma suerte y aún siguen entre rejas, presos del extremismo, presionados para dejar su fe y desahuciados de sus bienes.

Mientras tanto, los liberados vivirán en un templo en Dohuk a la espera de que sus familiares sean liberados y, sobre todo, hasta poder recuperar un hogar en el que vivir y unos ingresos con los que comer hasta deshacerse el entuerto del «califato» declarado el pasado junio por el EI en el norte de Irak y Siria. EFE

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