Manual para lidiar con Lilian Tintori

En tiempos en que las señoras religiosas y los chauvinistas progres murmuraban contra los cubanos, los venezolanos y los africanos y asiáticos, Quito se despertaba de un letargo de al menos cuatro siglos y se volvía una ciudad vibrante y tímidamente cosmopolita que cacheteaba el conservadurismo ecuatoriano a golpe de rutina. Nada nunca fue ideal, pero lo fue menos cuando en la capital se vivía ese ambiente tenebroso que olía a endogamia y castas. Tampoco fue perfecta la precipitada migración de gente de medio mundo que venía atraída por los dólares y la relativa paz que se vive en el país. Hubo cárcel, hubo aprendizajes de hábitos delincuenciales nuevos. Y hubo muchísima comida callejera, por fortuna.

Con los años y el flujo de capital procedente de actividades comerciales, el oficio de la tolerancia, el respeto y la geografía tuvieron que ser materias aprendidas por habitantes de varios barrios de Quito y otras ciudades ecuatorianas. Pero el saldo a favor de la migración en el Ecuador es enorme. No solamente porque el país tenía cuentas pendientes con la recepción de personas –se hizo cargo de lanzar fuera de sus fronteras a más de un millón de personas entre 1998 y 2004-; su gente, subsumida en un provincianismo pacato, en una eterna adolescencia nostálgica por el pueblo chico que se les perdió, había practicado poco el saludable hábito de compartir calle o casa con personas de otros lados. Tuvieron que hacerlo, resignados a un pago de alquiler, a la plata que venía con un cliente africano, o a brindarle servicios a alguien con quien debían entenderse a señas. Y tuvieron que habituarse a que un español les dé clase, a que un cubano les atienda en los servicios médicos y un venezolano les sirva comida.

Así también fue como muchos de nosotros que, durante los primeros años de la Revolución Ciudadana éramos parte del Cuerpo Diplomático del Ecuador, vimos llenarse de gente de afuera los despachos de funcionarios: venezolanos, cubanos, nicaragüenses y españoles que venían a ocupar cargos importantes en la cancillería del Ecuador, en calidad de altos mandos, la enorme mayoría de veces multiplicando nuestros sueldos.

Cuando ellos se fueron porque el país perdía capital, porque España les ofrecía militancia política pagada o porque la Revolución se convirtió en una máquina de talar árboles, perseguir disidentes, espiar a rivales o acordar pactos de gobernabilidad aberrantes, hubo una continuidad de extranjeros invitados a legitimar el proyecto político. El plagiario Ignacio Ramonet, Ernesto Laclau, Eduardo Galeano y tantos más llegaban al país con invitaciones oficiales.

Sería obscenamente ciego afirmar que no vinieron a hacer proselitismo, que no vinieron a refrendar al gobierno. Pero ésa era, entre otras, la ciudadanía universal que se propugnaba, y el latinoamericanismo en que creímos y se fue terminando de apagar cuando el país echó a patadas a decenas de cubanos, sin dinero ni fama, que querían terminar su viaje en la Florida. Jorge Gestoso no se dio la molestia de hablar de ellos, por cierto.

Algo similar acaba de pasarle a Lilian Tintori. Me apena muchísimo que no nos guste Lilian Tintori. Realmente me duele que el proyecto político de Leopoldo López, su esposo encarcelado en Venezuela, nos produzca temor y rechazo. Son, creo yo, la parte agresiva del proyecto político de Lasso y Macri. Son, creo yo, ese sector político por el que jamás votaríamos. Yo no –mejor que me corten las manos.

Pero hay que jugar con las mismas reglas. Y tener dos dedos de frente. Y si el correísmo vistió de fascinación progresista estos años, ahora mismo ha de hacerse cargo de recibir a los extranjeros que no le gustan, como Tintori, como los cubanos sin dinero, como los haitianos que apenas hablan español y están muertos de hambre. Son, a la larga, sujetos que no le interesan porque no le refrendan. Y era mucho más fácil probarle a la gente que es imposible que el Ecuador se vuelva Venezuela mientras haya dolarización. En últimas, era mucho más útil y sensato enfrentar a Tintori e inquirirle sobre el rol que la oposición misma ha tenido en la destrucción del país que dice defender. Pero lo que se le ha probado es que son igual de provincianos, cada día más ciegos y despóticos. Se portan como la vilipendiada derecha se portaba en el poder; solo hace falta fijarse el modo como en los noventa se administró el continente.

Todo esto también es la ciudadanía universal. La misma que se aprende día a día en los barrios quiteños, donde resuenan acentos e idiomas que no se habían oído hablar. Y es tener un mínimo de estrategia para enfrentarse políticamente sin hacer el papel de patán que tan bien le queda a Erdogan –cuya guardia, por cierto, maltrató a varias mujeres en Quito-. Y que desde hace ya años se lo chanta Correa a la perfección. Por favor, luego no pregunten por qué tenemos al macrismo en el poder en este continente.

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