El eslabón perdido del cine nacional

No se hablaba de cambios políticos, ni de enmiendas constitucionales, mucho menos de la deuda externa ni la recuperación económica. No, esta vez se trataba de los diálogos del sector cultural.

En la sede de la Casa de la Cultura de Quito se habían organizado varias mesas sin manteles, rodeadas de sillas plásticas en forma de círculo que daba una sensación premonitoria del nivel de las discusiones que allí tendrían lugar. En el borde de la mesa, pegadas con cinta adhesiva, un cartelito impreso en A4 que especificaba a qué expresión artística pertenecía cada mesa.

Yo me situé, desde luego, en la que decía “Cine y Audiovisuales”. Pronto, el círculo empezó a cerrarse y me vi rodeado de un lado por productores, directores, realizadores y por el otro, con un semblante más ejecutivo, dos o tres representantes del negocio de las salas de cine.

La discusión central era, por supuesto, cómo hacer del cine en Ecuador una industria que pueda valerse por sí sola. Luego de varios minutos en los que cada asistente hacía uso de la palabra para aportar con flamante iniciativa, las ideas se tornaron en quejas y reproches que iban de un lado a otro de la órbita. En ese círculo vicioso se evidenciaba sin decirse el verdadero problema de la industria cinematográfica del país. Por un lado, los autores cuestionan que sus películas apenas tuvieran espacio en las salas; por el contrario, los programadores de las salas decían que las películas nacionales generaban pérdidas económicas porque no llamaban la atención de la audiencia.

Esta discusión circular, infinita e incurable me dio la certeza de que no cambiará nada mientras cada uno tire la cuerda para su lado. Solo la acción podrá establecer un camino claro hacia los objetivos nacionales. La industria cinematográfica, como cualquier otra, está conformada por eslabones que se complementan para formar una cadena. Pero en este diálogo cuyo círculo estaba formado por varios actores de esta cadena que va desde la preproducción de un producto audiovisual hasta su distribución, había un eslabón perdido: el de la formación. Es necesario formar buenos cineastas pero también formar audiencias y de eso se habló poco durante este diálogo.

No obstante, unas semanas después, en la misma sede de la Casa de la Cultura, fui testigo de una acción clara y bien encaminada. El segundo Festival Internacional de Cine de Quito superó las expectativas y se va consolidando cada vez más como el evento internacional de cine de la Capital ecuatoriana. Una iniciativa de la carrera de Cine de la Universidad de las Américas que tiene las características de ese eslabón que hace falta para cerrar la cadena. Un festival que está orientado precisamente a la formación de audiencias pero también a la profesionalización de jóvenes cineastas que tienen en la mitad del mundo la oportunidad de mostrar propuestas frescas.

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