Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España
Viví dos años en los Estados Unidos y conocí gente lo que me permitió hacer amigos: personas sinceras, educadas, respetuosas, comedidas, dispuestas siempre a escuchar y a dar una mano cuando se requería una ayuda. Debe ser por eso que las groserías de Donald Trump me resultan doblemente ofensivas. Sus gestos despreciativos hacia los demás, su altanería, su agresividad son insufribles. Se lo acusa frecuentemente de xenofobia (fobia al extranjero). En realidad él no desprecia al extranjero, al extraño, al otro. Él desprecia a toda persona que no sea él mismo porque se quiere de manera entrañable y sin rivales.
En estos días, se recordó en toda Europa la firma del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial el 11 de noviembre de 1918. No solo se daba fin a una guerra que costó millones de muertos en las tristemente famosas “batallas de las trincheras”, sino además se desmoronaba todo un mundo al hacerse pedazos el Imperio Austro-Húngaro.
Parte central de esta conmemoración fue el mariscal francés Ferdinand Jean Marie Foch, comandante en jefe de los ejércitos Aliados durante la Primera Guerra Mundial. Y debido a su trayectoria también fue nombrado, después de concluida la guerra, mariscal del ejército de Polonia y mariscal de campo del Reino Unido.
Coincidiendo con todos estos homenajes, llegó Donald Trump con sus famosos y lamentables mensajes a través de las redes sociales: “los franceses ya estaban aprendiendo alemán en París cuando llegaron las tropas de EE.UU.”. Quizá el presidente estadounidense se imaginará que llegaron a Francia como los del 7º de Caballería en las películas del Oeste, justo en el momento en que los pieles rojas estaban por asaltar el fuerte donde se habían quedado ya sin municiones.
Más que estar aprendiendo alemán, los franceses estaban muriendo por millones en los campos de batalla, encerrados en aquellas ratoneras que eran las trincheras, gaseados por los alemanes con el venenoso gas de mostaza. Si el señor Trump supiera algo de historia, no mucha, lo elemental, si hubiera leído alguna vez lo que dijeron sus antecesores en el cargo, habría entendido que si Estados Unidos entró en la guerra no fue para impedir que “los franceses aprendieran alemán en París”, sino, como dijo en aquel entonces un presidente a carta cabal, Woodrow Wilson, cuando explicó ante el Congreso de los Estados Unidos por qué de aquella decisión: “La razón es más importante que la paz. Lucharemos por lo que siempre hemos llevado en nuestros corazones: la democracia”.
Las tropas que peleaban en la zona occidental de Europa, incluidas las tropas americanas, lucharon bajo el mando del mariscal Foch, cuyo coraje y arrojo fueron fundamentales para desarticular al ejército alemán en la segunda batalla del Marne en julio de 1918, y meses después, en noviembre, se producía su rendición. Es inadmisible, entonces, que un presidente de los Estados Unidos, que ha alcanzado los niveles más bajos de respetabilidad entre todos quienes gobernaron ese gran país, les falte el respeto a quienes dieron la vida por eso que ellos también llevaban en sus corazones: la democracia.
Aciagos son los tiempos que nos tocan vivir con la sensación de que en lugar de avanzar hacia épocas mejores, en que podamos realizarnos como seres humanos, vamos hacia atrás de la mano de gente dispuesta a sacrificarlo todo para alimentar su ego.