El despeñadero

Plinio Apuleyo Mendoza
Bogotá, Colombia

Colombia sin saber el riesgo que corre, avanza hacia un despeñadero. La población no lo percibe, solo respira inquietud y zozobra. Parece absurdo este sombrío estado de ánimo cuando el presidente Iván Duque ha estudiado detenidamente nuestros problemas y ha logrado articular un cuidadoso programa de gobierno buscando superar las polarizaciones de nuestro mundo político. Con tal intención, convocó en la Casa de Nariño a todos los partidos, incluso a la FARC, para buscar una integración en torno a los problemas del país. El gabinete nombrado por él no corresponde a las tradicionales cuotas políticas. Lo componen hombres y mujeres de las mejores calidades, ajenos a la maquinaria de los partidos.

¿Qué pasó entonces? ¿Por qué ha fracasado en el Congreso la indispensable reforma de la justicia, la reforma política o el paquete anticorrupción al tiempo que se embolatan medidas contra el rampante clientelismo como las listas cerradas? Para comprenderlo es necesario pasar revista a las amenazantes grietas que oscurecen nuestro futuro.

El Congreso, en su mayoría, vota a favor o en contra de un proyecto de ley atendiendo no el bien del país, sino a confusos intereses electorales o a los falsos imperativos de una ideología. En el más inocente de los casos, el liderazgo de un senador o representante a la Cámara da su apoyo a obras regionales en las cuales termina insertando a parientes o amigos suyos. Es la expresión más corriente de la ‘mermelada’.

Por otra parte, la ideología, sea de izquierda o de derecha, es como una especie de máquina para escoger los hechos favorables a sus convicciones y rechazar los otros, tal como lo explica el famoso politólogo francés Jean-François Revel. De este modo, la mentira política tiende a engañar, ante todo, a la opinión pública.

Otra rama del poder que genera alarma es la justicia. Los falsos testigos, movidos durante mucho tiempo por los brazos políticos de la guerrilla, se las ingenian para oscurecer el juicio de los jueces enviándoles espurios testimonios. Nunca puedo olvidar las abominables condenas que sufren hoy personas incólumes como Andrés Felipe Arias y muchos miembros de las Fuerzas Armadas, así como numerosos civiles.

El narcotráfico es hoy la más terrible amenaza para la paz del país. Como es sabido, los cultivos de coca abarcan más de doscientas mil hectáreas del territorio nacional. Carteles mexicanos controlan las millonarias exportaciones de la droga a Estados Unidos, Europa y naciones asiáticas desde Colombia. Ligados al narcotráfico, el ELN, los dos mil disidentes de las FARC y las bandas armadas como el ‘clan del Golfo’, ‘los Pelusos’, etc. operan en vastas zonas del territorio colombiano. En suma, más de siete mil doscientos hombres en armas acosan el país.

¿Cuál paz?. Un mito. Abordemos otro horror: la inseguridad que reina en Bogotá y otras ciudades del país. Rápidos y bruscos ataques se multiplican en las vías públicas, en el TransMilenio y otros medios de transporte para robar celulares y carteras. Bandas de delincuencia común amedrentan a todos los ciudadanos, y los jueces los dejan en libertad. Las cárceles están llenas. La lista de males no termina. Es desoladora.

La corrupción inunda todos los ámbitos y mancha a personajes de la industria, de la política, funcionarios y hasta magistrados. Pobreza, salud, desempleo, medioambiente, abuso de menores, feminicidios completan este rosario de desastres. Ninguno es olvidado por el presidente Duque. Infatigable trabajador, es un mandatario que podría salvarnos, pero… ¿No sucumbirá por idealista y generoso?

Tiene que saber la manera de ampliar su soporte político, buscando concretas coaliciones capaces de participar en su gobierno a fin de imponer las necesarias reformas que necesita el país. Es la única forma de que Colombia no caiga en un despeñadero. [©FIRMAS PRESS]

*Periodista y escritor colombiano. Colaborador habitual de Diario El Tiempo de Bogotá.

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