El camino a la felicidad

Gina Montaner

Madrid, España

Leo en el diario El País una información acerca de un fotógrafo, Pedro Correa, cuya intervención en una universidad belga se ha hecho viral en las redes sociales. Correa invita a los estudiantes que están a punto de graduarse a reflexionar sobre lo que cambiarían o qué giro darían a sus vidas al plantearse que podrían morir mañana.

En principio parece una pregunta superflua, ya que todos podemos fallecer de manera fulminante en cualquier momento. Pero Correa, que ahora tiene 41 años, nunca lo había contemplado hasta que su padre murió repentinamente cuando sólo tenía 56 años. Todas sus tesis hasta ese momento se derrumbaron y decidió que aprovecharía al máximo el tiempo y, sobre todo, se dedicaría a lo que verdaderamente le apasionaba. Ante un aula atenta, este especialista en fotografía urbana hace hincapié en no dejarse arrastrar por las mieles de trabajos altamente renumerados pero esclavizantes que pueden derivar en más infelicidad que plenitud.

Las palabras de Correa no son novedosas, pero en Internet el vídeo de su discurso se visiona con avidez por parte de usuarios que se hacen eco de su mensaje. Y es que nociones tan evidentes como las que defiende este fotógrafo son a veces las más escurridizas en la vida diaria. La incapacidad de tomar las riendas, avasallados por una frenética actividad diaria que no permite la introspección que nos reconduce a nuestros deseos más íntimos.

Es precisamente en los días de asueto en Madrid cuando el tiempo discurre de un modo pausado y se recuperan las esencias perdidas. No retornan de golpe, sino con el devenir de los días, como quien ingresa en un balneario y poco a poco recobra el color en un rostro demacrado. Descansar y desconectar de verdad se asemeja a la crónica de una desintoxicación vital que conlleva la indiferencia creciente hacia la vorágine de los acontecimientos noticiosos que se consumen con apetito en multitud de plataformas.

Dejarse inundar por el paisaje de la ciudad urbana que incita a largas caminatas, hasta que se desvanecen las servidumbres cotidianas en un paseo continuo que despierta los sentidos dormidos. No hay noticia que supere la superposición de los recuerdos que te asaltan en las esquinas de la urbe que conmemora el centenario de la muerte de su más grande cronista: Benito Pérez Galdós, que hizo de la capital española protagonista de gran parte de su prolífica obra.

El fotógrafo les advierte a los estudiantes que se van a incorporar al mundo laboral de la importancia de no renunciar a la felicidad. En los cafés de Madrid escucho las conversaciones de jóvenes que buscan trabajo en un ámbito donde la precariedad económica los golpea particularmente.

Pero también las tertulias las dominan personas mayores, ya en el tramo final de sus vidas, que con dignidad han alcanzado la longevidad. Es una sociedad compleja (como lo son todos los colectivos) pero el entramado de la cobertura social está garantizado. En las familias los mayores y las generaciones venideras se apoyan unos a otros entre un cambio y otro de gobierno. Ese sostén pervive.

Es España el país que le pisa los talones a Japón en lo referente a ser los más longevos del mundo. Ciertamente, el estilo de vida incide en la cantidad de años que vive la mayoría de los españoles. Lo notas en la dinámica que se respira en sus calles abarrotadas. Andariegos y laboriosos, pero también celosos de preservar su ocio.

Esa capacidad tan sana de desenchufar en los días de vacaciones. Los veranos en la playa o en el pueblo. Los fines de semana largos para escapar. Una mente que nunca desconecta del todo acaba por sufrir un cortocircuito.

Ha sido un fotógrafo español quien ha lanzado un mensaje que se ha hecho viral: “Todos tenemos en nuestro fuero interno la voz que sabe mejor que nadie lo que nos conviene”. Trazar el camino a la felicidad. Así de sencillo.

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