El rostro de la esperanza

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

Es una aberración en estos momentos, cuando está en juego la sobrevivencia de la especie humana, que tantos políticos de mente obtusa sigan no solo pensando en saciar su obscena avidez de poder y corrupción ilimitada, sino que, además, hagan lo imposible para bloquear ese mínimo fluir de cosas, de decisiones, de acciones que deben tomarse en medio de las tantas urgencias en que nos encontramos todos. Todos, sin excepción.

¿Alguien cree acaso que es una simple coincidencia el hecho de que los países que mejor han manejado la crisis de la pandemia sean naciones lideradas por mujeres y no por hombres, como es el caso de Nueva Zelanda, Taiwán, Alemania, Dinamarca y Hong-Kong, a excepción de Corea del Sur? ¿Alguien cree que es una simple coincidencia el que uno de los países que mejor ha enfrentado la crisis sanitaria en Europa sea Portugal y que lo está logrando gracias a la decisión del gobierno y la oposición de dejar de lado sus diferencias para dedicarse a solucionar la crisis sanitaria? Sí, Portugal, el patito feo de los europeos, ahora es ejemplo de madurez.

Son naciones con líderes de visión, países con instituciones sólidas donde a nadie se le ocurre ponerle el pie al otro para que se caiga cuando la prioridad debe ser proteger la vida de las personas. ¿No se han puesto a pensar nuestros políticos lo cruel que debe resultarles a los ecuatorianos verlos empeñados en destruirse mutuamente mientras que ellos se están muriendo? ¿No se han puesto a pensar aunque sea por un instante el efecto positivo que tendría si decidieran cooperar entre sí para buscar soluciones a esta brutal crisis? ¿Cuántos enfermos y muertos debemos tener para que nuestros políticos se decidan a cambiar sus prácticas de arrogancia y conflictos? ¿Qué otros males nos deben caer para que esta gente abandone su secular machismo y contumaz narcisismo? Excepciones las hay, ciertamente, pero son eso, simples excepciones que no llegan a constituir ni siquiera una minoría. Las excepciones, además, no sirven para cambiar las cosas.

Esa cultura de la idolatría por el facilismo, el fatuo consumismo y por subir a empellones en la escalera de las vanidades ha terminado aniquilando todo sentido de humanidad. Ya nadie escucha al otro. Todos se limitan escucharse a sí mismo y a mirarse en el espejo. En estos días de crisis humanitaria hay naciones en las que todos los días sus ciudadanos, al terminar la tarde, se asoman por sus ventanas y balcones para aplaudir por varios minutos en señal de agradecimiento a los miles de sus compatriotas (médicos, enfermeros, personal sanitario, policías, bomberos, camioneros, cajeros de supermercados, etc.) que están arriesgando sus vidas. Hay en ese gesto colectivo un enorme simbolismo, una señal de que se es parte de un todo, de pertenencia y generosidad.

¿Alguien se ha preguntado por qué en nuestro país no somos capaces de ese tipo de gestos? ¿Acaso nuestros médicos, enfermeras, policías y otros no se lo merecen? ¿Alguien se ha preguntado qué clase de país nos espera luego de esta crisis y si ese es el país que queremos? (O)

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