Con quién será de hablar

Raúl Andrade Gándara

Quito, Ecuador

Esta frase tan quiteña, precedida de un sonoro “Ay Dios mío”, representa la frustración ante el hecho consumado, acompañada de la mirada al cielo para que alguna solución mágica resuelva el entuerto, generalmente causado por nosotros o alguien del entorno, y resume exactamente mi posición frente a los últimos acontecimientos.

Las distintas fuentes de información al alcance revelan un amasijo de contradicciones, opiniones volátiles, muchas veces irresponsables y calumniosas sobre casi todo lo que acontece en el devenir diario. Parece que en lo único que están de acuerdo es en la maledicencia y el pesimismo, con una dosis adicional de morbo y atención sobre temas absolutamente intrascendentes.

Todo se justifica, se trivializa o se condena según el interés del autor. La objetividad es más difícil de encontrar que la piedra filosofal y las metas nacionales se postergan permanentemente frente a cálculos del momento.

Esa es la circunstancia diaria y francamente hay momentos en que provoca tirar la toalla. No importa lo grave de la situación, hay siempre politicastros dispuestos a pescar a rio revuelto para satisfacer sus ambiciones personales. No importa cuan obscuro sea el horizonte, hay espacio aún para la vanidad y el negociado.

Las pocas voces que claman por cordura y unión son descalificadas o simplemente desoídas. No existen metas ni consensos básicos. Quizás la naturaleza humana, necia y conformista, espera el colapso para reaccionar.

O quizás los líderes son tan ciegos que se niegan a mirar de frente lo limitado de sus ponencias y apuestan a la destrucción antes que a la claudicación de sus argumentos.

Un ambiente malsano se nota en casi todos los círculos. Agresividad e intolerancia en el discurso. Lentitud e insuficiencia en los actos. Cada cual inventa una realidad acorde a sus deseos y se mantiene en ella sin concesiones con la ajena. Escarbamos el lunar sin tomar conciencia de la mayoría y sus angustias. Y esa falta de empatía, de solidaridad elemental para buscar soluciones de consenso se refleja en los votaciones y sus resultados.

Clamamos por soluciones pero torpedeamos iniciativas ajenas apenas se manifiestan. Clamamos por disciplina pero en los demás. Para nosotros persiste nuestra ley. Estamos a pocos meses de elegir nuevos mandatarios y seguimos girando en círculos sobre el pasado y anhelando soluciones mágicas, basadas en intuición antes que en proyectos, liderazgos antes que acuerdos por el bien común.

No vamos más allá de la queja porque actuar implica sacrificio, dedicación y disciplina. Si la clase media se queja, inmersa en una negatividad impresionante, imaginemos la angustia de los empobrecidos y por un momento, actuemos con consecuencia hacia ellos.

Escondidos tras nuestro muro de indiferencia y retórica, poco hacemos para cambiar. La curiosidad por lo intrascendente es el más claro ejemplo y lo reflejan las tendencias de las redes sociales.

En vez de lanzar la piedra hacia adelante, miremos a nuestro alrededor y enfrentemos los verdaderos problemas de la hora. La constante desvalorización del otro solo crea una angustia creciente en el público, desconfiado y golpeado por los engaños anteriores. Así que la próxima vez, pensemos que la primera persona con la que hay que hablar es nuestro yo. Luego con nuestro entorno y finalmente con los distintos grupos humanos para lograr acuerdos mínimos de gobernabilidad y eficacia.

Erigirnos en dueños de la verdad no ayuda a nadie más que a nuestro ego. Y agredir al sistema sin proponer alternativas válidas no hace sino hundir instituciones ya debilitadas por la torpeza y codicia de sus integrantes.

No me cansaré de repetir que es la sociedad civil, con exigencias fruto del consenso y de la reflexión, es la llamada a encontrar soluciones, exigir su aplicación a los líderes y aportar con su colaboración para el éxito. Con disciplina, honradez y responsabilidad con el país podremos salir avante. De lo contrario, seguiremos preguntándonos con quién será de hablar.

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