Lo que mi voto lleva dentro

Juan Ignacio Correa

Guayaquil, Ecuador

Los últimos diez años de vida política se inscribieron en mi memoria en
palabras sueltas e imágenes borrosas. Con aquel primitivo diagrama mental, y sin ánimos de hilar sus elementos bajo el amparo de una narrativa convencional y cínica, ejerceré mi obligación de votar, pensando que aquello por evitar es una multa, y no la expresión de mi sentida ignorancia. Qué bueno, que así como el voto, mi mundo interior permanece oculto.

Pero no es así en el mundo social. Sobre ese nivel, muy a pesar de la sabiduría popular, todo se sirve sobre la mesa, y el ocultismo es selectivo o circunstancial; es una confabulación unánime, motivada por el miedo, la compasión o la avaricia. A la luz del ejercicio masivo de votar, quien adjudica a cada individuo algo distinto o aledaño a la ignorancia, o tiene miedo a enfrenar la realidad, o es compasivo con sus conciudadanos o guarda un interés maquiavélico, pero indudablemente, es más ignorante que cualquiera.

Si esto que digo es cierto, entonces no existe palabra más insustancial que el
sustantivo patria, y no existe sentimiento más cínico que el amor a la patria. Dibujados sobre este panfleto, los cimientos del nacionalismo y el socialismo son hileras de humo, y los de la democracia también. El único estado que existe sobre pilares sólidos es mi interior y sus extensiones: los mundos ajenos que de forma gradual se abren a mí. Mi estado es mi gente.

Puedo estar seguro, que después de esta reflexión, siento mucho menos apremio para conectar las palabras e imágenes de la ultima década política, peor con la narrativa de un pasado que nunca me perteneció. Me enorgullezco en mi estado de ignorancia, porque en ese vacuo espacio me
es sencillo encontrar lo único que guarda valor: mi familia, mis amigos y yo. Estos son los únicos elementos que necesito para ejercer mi forzado voto; cualquier otro es lógico en un imaginario ajeno. Mi estado es mi gente.

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