Desde la angustia

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

A escasas semanas del regreso, me sigue inquietando el Ecuador que dejé atrás.

Me llevo una mezcla de sensaciones, de dudas, de alegrías y decepciones. Amigos que se fueron, otros que regresan, desapariciones y reencuentros. Es decir, lo clásico. Pero claro, esa es una sensación personal. Por lo demás, la ciudad sigue allí, hermosa, descuidada, renovada e indescifrable. Y el resto del país también.

En él, el poder da sus primeros pasos con acierto. Pero el camino es largo y lleno de exigencias. Justo es reconocer, sin embargo, que se respira otro aire. Menos cobardía, más libertades, mejor entendimiento. Hemos despertado de un letargo oprobioso y muy caro, escopolaminados por una red de mafiosos disfrazados de redentores, y ya nos sentimos mejor, aunque el peligro no haya pasado.

Ingenuo pensar que catorce años de manipulación y falacia hayan desaparecido en dos meses. Falta aún mucho trabajo por hacer y muchas estructuras que derribar. Pero la esperanza, así como la economía, se nutre de expectativas. Y por ese sendero transitamos. Sonreídos y optimistas.

Más allá de los eternos descontentos, de los dictadores de tinta, de los agoreros de turno, la sensación general es de alivio. Un presidente discreto, enfocado hacia los resultados antes que a la figuración, nos envía un mensaje de mesura. Luego de los extremos anteriores, es un bálsamo para la mente el caminar hacia metas claras y no por el precipicio de la inacción.

Pero Quito se ahoga en un enfrentamiento inédito. Jamás en la historia reciente un burgomaestre había sido removido por pícaro e irresponsable con su mandato. Pero más allá de las claras deficiencias de la ley, de sus ejecutores y sus afectados, la ciudad necesita modernizarse al mismo ritmo que el Estado.

Códigos anacrónicos, subterfugios en ordenanzas, informes dirigidos según las conveniencias son un peso inmanejable para una ciudad tan grande. Urgen reformas de todo tipo para lograr domar a una fiera suelta. Administradores zonales con mayor voz y voto, reformas al inquilinato, coacción efectiva, administración por resultados son algunas de las necesidades urgentes de una urbe sin planificación ni control.

Un equipo de profesionales con creatividad y visión tiene que substituir a los todólogos que aparecen sin excepción en cada alcaldía.

La ciudad perdió consistencia y se expande en forma caótica. No existen vías de desahogo, el metro está detenido por la irresponsabilidad de sus administradores, las obras anteriores ya son insuficientes, el tráfico de bicicletas tiene prioridad sobre el de los automóviles en una ciudad con vías estrechas y complejas, porque pequeños feudos mandan en la ciudad e imponen sus leyes sobre los moradores.

Quito pide a gritos una administración eficaz, preparada y visionaria. Nada de eso existe hoy ni existió en el pasado inmediato. Hay que mirar al problema de frente y empezar a buscar soluciones. Estamos muy atrasados.

Los enfrentamientos estériles y carnavalescos pueden abonar al circo cotidiano, pero no son ni de lejos la solución que Quito necesita.

Dos alcaldes enfrentados por ambición personal tampoco inspiran confianza. El conflicto jurídico es apenas la punta del iceberg. Lo que viene a continuación es lo que debe preocupar a los ecuatorianos. O Quito se transforma o se hunde. No hay término medio.

Una asamblea de la ciudad, compuesta por ex alcaldes y planificadores está en la obligación de apoyar la labor de la autoridad municipal y del orden jurídico que se imponga. Si dejamos sola a la actual administración, en pocos años tendremos una realidad más desastrosa aún entre manos.

Ya estamos tarde. Tenemos que crear conciencia a todo nivel de la gravedad de la situación a la que nos ha llevado la desidia y la desunión, e implementar correctivos urgentes para impedir que el caos vuelve a apoderarse de la ciudad. Es mandatorio e inaplazable.

LaRepública.

Yunda, el 9 de agosto, en Yaruquí

Más relacionadas