Los años anteriores

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Para nosotros los “ centennials “, esto es los que vamos más cerca de los cien años cada 31 de diciembre, los años nuevos no son sino la posibilidad de aplicar todo lo que hemos aprendido de los anteriores, dotándolos de nuevos bríos e ilusiones.

Cada año nos ha procurado experiencias, decepciones, monotonía y sorpresas, cuyo bagaje nos permite enfrentar con mayor solvencia los designios del futuro. Hemos aprendido que muchas cosas dependen de nosotros, que otras se ubican entre lo difícil y lo imposible, que no hay fórmulas mágicas para controlar la vida, y que un curso de motivación no es suficiente para que el mundo nos sonría.

Sin embargo, aquí seguimos, “viviendo por no ser soberbios” , llenos aún de ilusión y capacidad de asombro, y conscientes que la vida es una filigrana que se arma muy a pesar nuestro. Y tiene que ser así. De lo contrario sería muy aburrida.

Hay épocas en que pensamos tenerla controlada, solo para descubrir que era una falacia. Y luego de esos instantes de requiebro físico y emocional, no queda más que volver a tomar el camino con la misma seguridad con la que se escapa el agua entre los dedos.

Para mirar al futuro es indispensable voltear la mirada hacia el ayer, sopesar las experiencias, planificar el presente y no tener demasiadas expectativas. Así se vive más tranquilos. Dejando un espacio libre a la sorpresa. Esa sorpresa que nunca falta y cambia nuestras vidas de forma espectacular e insospechada.

Todos quienes han vivido coinciden con la imposibilidad de predecirlo todo. Hay siempre un factor que cambia las circunstancias y las enfila hacia otros destinos. Lo único que podemos controlar es nuestro aporte, nuestra actitud y a veces nuestro temperamento frente a ese momento.

De la impulsividad a la reflexión transcurren muchos años. Y abrigan muchos dolores. Pero en el alma siguen brillando luceros impensados que aparecen cuando ya los creíamos olvidados. La capacidad de asombro, la pasión, el afán de seguir aprendiendo, la curiosidad eterna, siguen íntegras mientras la vida nos de un resquicio para ejercerlas.

Para quienes observan, quizás puedan parecer absurdas ciertas decisiones, ciertos cambios de vida, pero para cada actor de su existencia, es embarcarse en una nueva experiencia a sabiendas que no se trata de eternidad sino de momentos.

Muchos pronosticarán su fracaso, pero eso no impedirá el intento de los involucrados. Qué fascinante es la vida, la fortaleza de las carencias, lo oculto de las verdaderas necesidades de cada individuo. Y qué entretenido es observar qué obstáculos están dispuestos a enfrentar para satisfacerlas. Lo único constante es el cambio.

Y hay que abrazarlo con ilusión, con fortaleza y con respeto a las decisiones que cada cual toma. Esa es la esencia del Año Nuevo, similar a ese cuaderno en blanco de La Reforma, cuadriculado y virgen, listo para ser borroneado desde la escuela hasta la vida, que pobló nuestra adolescencia y sigue vigente aún hoy, opuesto a toda la madurez, la reflexión y la calma que nos recomendaron nuestros mayores..

Porque siempre nos provocará llenarlo con algún toque de locura que cambie para siempre, o apenas por un momento, el rumbo de nuestras vidas.

Les deseo que tengan la fortaleza, el ingenio y la pasión para seguir llenándolo de vida y milagros, con la audacia que les faltó en el pasado y la deliciosa fortaleza del presente mezclado con la experiencia adquirida. Y será un buen año. ¡Se los aseguro!

Porque cada vez más, el presente se impone a las expectativas, la locura supera a la cordura, vivir la vida resulta muy superior a observarla, el tiempo se acorta y las necesidades apremian. El fuego fatuo nos embruja y baila alrededor de la hoguera. Y es bien sabido que el fuego atrae. Es nuestra herencia atávica. Cada año nos ofrece la oportunidad de abrazarla. ¡Buena suerte!

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