El tesoro que nos dejó la señora Gertrudis

María Rosa Jurado

Guayaquil, Ecuador

Desde hace un par de años, he estado leyendo mucho sobre los terribles acontecimientos ocurridos durante las guerras mundiales; las tragedias, los heroísmos que se vivieron en el viejo continente; pero no imaginé jamás mientras crecía, ni hasta ahora, que podía haber estado tan cerca de protagonistas de carne y hueso que hubieran sufrido las consecuencias de la guerra, y que encima de todo lo hubieran documentado.

Cuando leí el libro “Gertrudis, diario de una mujer alemana sobre el Ecuador”, editado por María Cuvi Sánchez y Karin Harten Ahlers, me quedé de una pieza.

Me pareció un milagro que este libro, basado en los diarios de Gertrudis Ahlers hubiera encontrado el camino hacia mis ojos, después de 85 años de haber sido escrito, y que la protagonista de la historia, hubiera sido la suegra alemana de mi prima María de Lourdes Álava de Harten. La «señora Gertrudis«, como la conocíamos todos, que para mí era solo una señora alta, de pelo blanco, con quien me encontraba, eventualmente en Manta o en Guayaquil.

Los diarios y las cartas de Gertrudis fueron rescatados de un desván por su hija Karin y editados gracias a María Cuvi, amiga de Gertrudis.

 El libro recupera la memoria cotidiana de una familia alemana viviendo en Ecuador desde 1937, desde la perspectiva de una mujer fuerte y valiente, cuya historia en Ecuador comenzó con un flechazo que duró para toda la vida.

Wolfgang Harten se enamoró primero de su foto y luego de ella, justo cuando Gertrudis estaba arreglando sus papeles para irse a vivir de Hamburgo a los Estados Unidos. Pero el destino intervino para que se enamorara de Wolfgang a primera vista, cuando lo encontró en el tranvía. Sin más titubeo, cambió sus planes, aceptó su propuesta de matrimonio y se vino con él a Ecuador, donde Wolfgang  había conseguido trabajo en la Casa Tagua Alemana.

Las vicisitudes que tuvieron que pasar fueron de todo tipo: terremotos, enfermedades tropicales, incendios, calores caniculares en los inviernos de Manta, la dificultad en encontrar medicinas y buena atención médica, las injusticias, la incertidumbre, los desarraigos. Como cuando a los alemanes que vivían en el Ecuador, los deportaron prisioneros a Texas, después que el gobierno ecuatoriano, presionado por los Estados Unidos, le declaró la guerra a Alemania en pleno conflicto mundial. En Texas vivieron entre alambres de púas, pero los norteamericanos los trataron bien; todo lo bien que se puede estar en un campo de concentración.

Gertrudis, su marido Wolfgang, y sus pequeños hijos, entre ellos mi primo Wolf Harten, vivieron en un campo de concentración en los Estados Unidos, por ser alemanes. Mi primo Wolf, que entonces tenía unos cinco años, me ha contado cómo, en su inocencia, pensaba que los que estaban presos eran los de afuera de los alambres de púas. Con todo, lo que más me aterró, fue la falta de compasión de las autoridades con esta mujer y sus hijos pequeños, que no había cometido delito alguno, y que fueron deportados por una razón de Estado. La de proporcionar a los Estados Unidos prisioneros de guerra, que pudieran ser canjeados por americanos capturados por Alemania.

Leyendo los recuerdos de Gertrudis, no podemos más que sentir una enorme admiración por la valentía de esta amorosa familia, y especialmente, por el heroísmo de esta joven madre, que con un temple de acero le plantó cara a la adversidad y que sacó adelante a sus cuatro hijos (Alke, Karen, Babi y Wolf) en medio de la guerra, la persecución, la añoranza de sus familiares, a quienes no vieron por décadas, el dolor por la destrucción de su amada ciudad natal, Hamburgo; la crueldad de las injusticias que debieron soportar. El horror, el horror.

Pienso que a veces olvidamos la fuerza que tiene el espíritu humano para soportar las adversidades. Pero creo que debemos recordar que el amor por los nuestros puede darnos alas como de águila para elevarnos sobre las dificultades; y fuerzas como de león para proteger a nuestros seres queridos. Y que la fe, la vieja fe, que por siglos nos ha dado esperanzas y luz, sigue estando allí, disponible para nosotros. Siempre.

Gertrudis y Wolfgang Harten.

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