Guayaquil, Ecuador
Según el Informe GEM Ecuador 2023, nuestro país tiene un importante liderazgo regional en cuanto a actividad emprendedora. Aunque podría parecer un signo de vitalidad económica, esta realidad oculta problemas estructurales profundos. La mayoría de los ecuatorianos emprenden por necesidad, no por visión o creatividad empresarial.
Esto no es más que una respuesta a la falta de empleo formal y de calidad. Si bien el autoempleo permite a muchas familias sostenerse, no necesariamente genera un impacto duradero en el desarrollo económico del país.
El problema central radica en la escasez de empresas grandes, tanto nacionales como extranjeras, capaces de absorber la creciente demanda laboral. Esto refleja un ecosistema empresarial poco sofisticado, que atrapa a muchos en un ciclo de emprendimientos pequeños que difícilmente pueden evolucionar hacia negocios sostenibles en el largo plazo. En este contexto, el Ecuador no fomenta la transición del emprendedor al empresario.
Mientras que un emprendedor inicia un negocio, un empresario construye organizaciones capaces de operar sin su constante intervención. Este salto, clave para cualquier economía dinámica, es raro en nuestro país. La mayoría de las empresas ecuatorianas dependen excesivamente de sus fundadores, limitando su capacidad de crecer y perpetuando su fragilidad.
Esta limitación no es solo técnica, es cultural. En Ecuador, predomina ampliamente una mentalidad de desconfianza. En lugar de delegar responsabilidades y construir estructuras organizacionales sólidas, los emprendedores ecuatorianos suelen centralizar el poder, temerosos de que sus colaboradores puedan fallarles. Esta actitud de recelo (que convierte a las empresas en extensiones de sus dueños) está profundamente arraigada en nuestra sociedad, influenciada por la forma en la que hemos sido educados.
Contrastemos esto con el modelo de capital abierto de grandes corporaciones internacionales, donde el funcionamiento de la empresa es independiente de sus fundadores. Por ejemplo, la estadounidense Apple, no se tambalea si uno de sus ejecutivos se retira. En Ecuador, la falta de confianza se traduce en empresas que prácticamente colapsan si sus dueños desaparecen del escenario. Este modelo también limita el acceso a los mercados de capitales, lo que podría permitir que las empresas crezcan más allá del capital de sus fundadores.
Además de esta cultura empresarial, el paternalismo estatal es otro síntoma histórico que asfixia el crecimiento del Ecuador. Con mayor énfasis desde la dictadura militar de los 70, este sistema ha moldeado una economía dependiente del poder político y con mercados poco competitivos. Las políticas intervencionistas se han dedicado a favorecer a determinados grupos empresariales que se benefician de la contratación pública y de las restricciones a la competencia, mientras que la mayoría lucha por sobrevivir en un mercado que no fomenta la innovación ni la eficiencia.
Es indudable que tanto la izquierda jurásica como la derecha mercantilista han contribuido a la decadencia que padece el Ecuador. Una promueve el socialismo y la dependencia del Estado, mientras que la otra usa al Estado como herramienta para enriquecerse. Lastimosamente, este modelo excluye a Ecuador de los mercados globales y perpetúa un entorno económico notablemente hostil para las empresas que buscan crecer y competir a nivel internacional.
Por otra parte, el proteccionismo no ha hecho más que agravar la situación. Aunque la dolarización demostró que medidas económicas audaces pueden ser beneficiosas a largo plazo, Ecuador no ha continuado con la implementación de las reformas necesarias para integrarse plenamente al mercado internacional. En lugar de fomentar la competitividad, las políticas económicas actuales aplican soluciones temporales que no resuelven los problemas estructurales. En ese sentido, los miedos a la apertura económica a menudo son infundados y promovidos por actores políticos que ven amenazados sus privilegios, prebendas y cuotas de poder.
El cambio comienza en nuestra mentalidad. Necesitamos actores empresariales con visión global, que no le tengan miedo a competir en los mercados internacionales. Sin embargo, el enfoque ideológico predominante en las universidades ecuatorianas refuerza (con influencia de ideas obsoletas) una cultura totalmente antiempresarial. Es decir, se enseña más sobre Karl Marx que sobre Carl Menger, perpetuando modelos económicos que ya no funcionan y limitando la capacidad de los futuros empresarios para ser capaces de liderar un cambio verdadero.
Paralelamente, el impulso al desarrollo empresarial también debe suceder en la política. En el Ecuador se necesitan movimientos y partidos políticos de pensamiento liberal que promuevan abiertamente el libre mercado, la inversión privada (nacional o extranjera) y la competencia económica. Sin miedo, sin tibiezas y sin complacencias con el socialismo económico y el marxismo cultural. No basta con que los empresarios (o banqueros) se involucren en el mundo político. Es fundamental crear un sistema que fomente la apertura económica y la integración con el mundo. Solo así se podrán superar las prácticas rentistas y prebendistas, para empezar a construir un ecosistema empresarial verdaderamente robusto.
Tenemos que dejar atrás la ilusión de que el emprendimiento por necesidad es un signo de progreso. Ecuador necesita empresas de talla mundial, instituciones fuertes y una cultura de confianza que fomente la delegación y la profesionalización. Romper con el proteccionismo y el paternalismo estatal, adoptando reformas profundas, es fundamental para que las empresas ecuatorianas puedan competir internacionalmente. El trayecto no será fácil, pero el futuro de este país depende de nuestra capacidad para impulsar una economía dinámica basada en el talento, la solidez empresarial y la internacionalización. Es posible lograrlo a través de una nueva Constitución. Solo así lograremos un Ecuador verdaderamente próspero.