La pareja feliz es un programa horrible

Mauricio Maldonado Muñoz
Génova, Italia

Al suprimirse una idea, se confiesa que la idea opuesta es incapaz de sobrevivir por sí misma […] las ideas positivas, las ideas válidas, no necesitan en su defensa a los censores del Estado.

Anthony M. Kennedy

La tecnocracia –en su sentido más vulgar– es la suposición de que los gobiernos y sus funcionarios están en mejores condiciones que las personas para decidir sobre sus propios asuntos y que, por ende, es el Estado el llamado a imponer qué es lo que se debe consumir, leer, ver, de qué o de quién está permitido reírse, y así todo al respecto. Este tipo de “lógica”, desde un punto de vista totalizante, ha tenido dos formas históricas: el despotismo ilustrado y el comunismo vulgar (así lo recoge Bobbio). En sus otras gradaciones, esta forma de gobernar suele ser llamada, simplemente, “paternalismo”. Por otra parte, es esta misma “lógica” la que se usa para imponer regulaciones no informativas a la comida o las sustancias nocivas (como las fotos de muertos en los cigarrillos), o la usada para decirte qué es gracioso y qué no lo es (o de quién está permitido burlarse y de quién no).

Es así que, como hemos podido leer en las noticias, recientemente la honorable Superintendencia de Comunicación ha resuelto sancionar a un canal de televisión a propósito de uno de sus programas: “La pareja feliz”. Me parece muy bien, este programa –creo que lo sabemos todos– nos ha hecho más daño que el ébola y la restauración conservadora juntos. Por otra parte, el paternalismo nos ha construido y nos sigue construyendo como sociedad. Es obvio que la gente no puede decidir por sí misma lo qué es gracioso y lo qué no lo es. Está claro que el Estado tiene que indicarnos de qué está bien reír. Porque si lo pensamos bien, el problema se agrava ya que las personas sin criterio no somos capaces de diferenciar la televisión de la realidad. Nosotros, lamentablemente, no poseemos la sabiduría de un gran funcionario como Carlos Ochoa, quien es seguramente una persona apta para discernir, con equidad, neutralidad y acierto, lo que es gracioso y lo que es discriminatorio.

Apoyo la decisión de la Superintendencia de Comunicación sobre todo porque me ha obligado a reflexionar profundamente. Por ejemplo, de ahora en adelante no volveré a hacerle cargar el tanque de gas a mi mujer. Todo esto me ha servido para concluir que este programa (que seguramente ningún funcionario revolucionario ha visto) debe ser rechazado en todas sus partes porque contiene, además, lenguaje discriminatorio; es decir, burlas a personas que no son hombres blancos heterosexuales de entre 18 y 50 años con estudios superiores. Y dado que no son eso, entonces no pueden ser sujetos de broma alguna, a diferencia de los otros sujetos mencionados (de ellos sí que se puede uno burlar).

Pero si miramos bien, nos daremos cuenta de que el problema es aún más profundo, porque la pareja feliz no es el único programa de este tipo. La mayoría de los programas con lenguaje discriminatorio son imperialistas, lo que implica que a través de su televisión nos han impuesto un nuevo tipo de colonialismo discursivo-discriminatorio-anti-expropiatorio-de-la-libertad. Recuerden, por ejemplo, aquel famoso capítulo en que Homero Simpson dice textualmente: “ya me conoces Marge, me gusta la cerveza fría, la tele fuerte y los homosexuales locas, locas”. Recuerden también los varios capítulos de Family Guy al respecto; por ejemplo aquel en que Peter se vuelve gay a causa de un experimento; así como los muchos capítulos de South Park sobre el tema, entre otros: “South Park es gay”, “El gran crucero del gran gay Al” y “Sigue a ese huevo”. ¿Acaso ellos no tienen una Superintendencia de Comunicación? ¿Alguien quiere pensar en los niños?

Estos programas se escapan a nuestra regulación, lo sé, pero quizá podamos intentar controlar otros ámbitos. Es por esto que modestamente propongo, como aporte a las sabias decisiones adoptadas por la Superintendencia de Comunicación, que se prohíban muchas canciones enraizadas en la cultura popular, por ejemplo: “Ella era un travesti”, de Vilma Palma e Vampiros, “Puto”, de Molotov, “Simón, el gran varón”, de Willie Colón, y “Se le moja la canoa”, de los Embajadores Vallenatos, entre otras. Esto lograría inclusión. Así se respetan los derechos humanos.

En cualquier caso, hay que reconocer que esta es una victoria para el colectivo que la impulsó. No les permiten casarse, como quizás deberían, como quizá sería verdaderamente revolucionario (pero como ya dijo el jefe que no… es no). Hasta tanto, sin embargo, no está mal conformarse con estas cosas, como que hayan ganado una importantísima batalla contra la “mofle” y el “panzón”. Gran victoria, ¡eh!

 

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