¿Quién piensa en los artistas?

Por Eduardo Varas

Como escritor cometí el atrevimiento de dejar hace 4 años y medio Guayaquil para venir a Quito e intentar una experiencia artística aparentemente más cercana a los recursos y a una mayor oferta que la de entonces en el Puerto. Error de novato. Hoy como escritor en Quito asumo que los valores que importan o que permiten vivencias mucho más cercanas a la experiencia cultural se relacionan con cierto abandono de la individualidad que crea y la aceptación de precisiones colectivas (o de tendencias) que irrespetan las demás. Una clara vivencia de grupos enfrentados y en el medio un arte que sucumbe a pasiones absurdas. También entiendo que la soledad del que crea, en Ecuador, constituye una vivencia básica. Cada vez que me preguntan qué escribo y repondo “Novelas, cuentos… me enfoco en la narrativa”, recibo como respuesta lo siguiente: “¿Cuentos? ¡Qué lindo, escribes para niños!”.

Dedicarse al arte en Ecuador es, en síntesis, convertirse en un suicidado de la sociedad. Y más allá de las lecturas obvias y ridículas que se puedan hacer sobre la gente que abre caminos en el medio artístico y sus actitudes ante el trabajo, la vida y el consumo de sustancias, lo que sucede en el país es inaudito porque no hay reales espacios para la explotación del arte como tal. Sitios como el ITAE deben luchar y exigir constatemente que se les entregue los dineros que les adeudan para seguir funcionando, por ejemplo. Las becas universitarias para creación artística en universidades son escasas (por no decir nulas, o silenciadas). La gente que ha hecho arte durante años recién ahora tienen acceso a Seguridad Social (por su cuenta), pero lastimosamente no hay reconocimiento a todas las décadas anteriores destinadas a una labor pura de sacrificio, haciendo malabares para sobrevivir mes a mes; o armando festivales cuando un colega de profesión se enferma de gravedad y no tiene dinero para costear tratamientos. Y por lo general cuando de algún sitio se busca el trabajo de un actor de teatro o músico, por ejemplo, se llega al canje o a pedir de ‘regalo’ o como ‘favor’ que alguno aparezca en alguna fiesta o actividad.

Una lista de este tipo es interminable.

Este lunes 8 de agosto se realizaron una serie de movilizaciones en el país de artistas y agrupaciones culturales que en síntesis buscan hacer llegar al Presidente un manifiesto que está circulando por correos electrónicos, con el deseo de visibilizar la problemática del que hace arte y dejar en claro una postura frente a la sociedad. Más allá de ciertas posturas extremas (como el absurdo pedido de renuncia de la Ministra de Cultura, como si fuese la culpable de toda esta ausencia sistemática y política), lo que estos artistas están pidiendo es la eliminación de impuestos para artistas, que se acabe la censura para espacios de arte como bienales y exposiciones, que se fomenten recursos para la creación claras de carreras artísticas o afines, que se despenalice de una vez por todos al arte callejero, que existan subvenciones para artistas emergentes y de trayectoria, entre otras cosas. Quizás sí sea el momento de visibilizar estas cosas y entender que esto es un oficio más, quizás muy importante para la sociedad y hay que tomarlo en cuenta.

Esta marcha puede tener una gran carga política, pero se trata de ver más allá, de pensar en el artista, de reconocer que todo proceso de transformación involucra un cambio en la cultura, claro y determinante; especialmente en cómo vemos al arte y pensamos al artista. Y eso no es labor de un Ministerio o de un Gobierno o una Ley. Se trata de que todos los que hacemos sociedad empecemos a esforzarnos por reconocer que lo estético y artístico es parte de nuestras vidas. Y esforzarnos en crear más personas como aquella que te dice “quiero tu libro” y no te pide que se lo regales, sino que te avisa que lo comprará, porque la idea es que se genere lo más parecido a industria… tal vez para salvarnos de manera definitiva con la creatividad.

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