Para celebrar

Por Bernardo Tobar Carrión
Quito, Ecuador

La película La vida es bella, donde un padre a punto de ser fusilado es capaz de mantener la esperanza de su hijo pretendiendo que la realidad de la guerra es apenas un entretenido juego de escondidas, es un dramático llamado a reflexionar sobre lo mucho que puede celebrarse, aun en las condiciones más adversas. Otra historia -esta sí real- es la de Mario Capecchi, premio Nobel de Medicina 2007 por sus aportes a la cura de enfermedades fatales mediante la reprogramación genética.

Separado a los tres años y medio de su madre por la Gestapo, se crió en las calles, con otros niños sin hogar que tenían que robar pan para no morir de hambre, hasta que su madre fue liberada de un campo de concentración luego de seis años; migraron a los Estados Unidos. Capecchi, quien recién a los 13 aprendió a leer, atribuye sus innovaciones y sus logros al ingenio que tuvo que forzar por la guerra, la miseria y el abandono. Su éxito, su generosidad, la sonrisa permanente que lo caracterizan, no permiten adivinar la tragedia durante lo que suele ser, para la gente común, la mejor etapa de la infancia. Ruptura familiar transformada en amor; privación material, en legado; miseria, en servicio; tragedia, en celebración de la vida.

Vive también esta paradoja uno de los precursores de lo que se denomina la psicología del logro, Víctor Frankl, cuyas tesis se forjaron en un campo de concentración y precisamente como un mecanismo para darle sentido a la vida mientras alimentaba en sus compañeros de reclusión y en sí mismo la esperanza por la liberación. Crisis y oportunidad, privación y logro, renuncia y conquista, son las caras opuestas de la misma moneda del éxito, que jamás proviene de resignarse a cinco centavitos de felicidad o de gastárselos en el boleto de la suerte.

En el Ecuador, hay innumerables ejemplos de personas con este afán de superación, con la determinación para recorrer la milla extra, la que nadie pide pero que separa a los ganadores de los demás, con la sed insaciable de exploración que les permite ver la oportunidad detrás de la crisis, la confianza para crecer frente al obstáculo, la visión para plantearse horizontes lejanos donde otros no ven más que los árboles y el verdor del jardín vecino, la disciplina para andar todo el camino, pues a la cima no se llega de un salto o bajándose de un helicóptero, sino paso a paso, como lo saben nuestros montañistas, élite del deporte.

Pero esta élite, motor de las sociedades, no solo está en el deporte, en el arte, o en la academia; está también y sobre todo en las madres anónimas que cimientan los valores familiares, sin recibir medallas ni condecoraciones, en los emprendedores que se arriesgan a pesar de la incertidumbre política, en quienes continúan creyendo en el País, generando oportunidades, innovando, construyendo riqueza. A todos estos nadie les da -ni lo esperan- el título del mejor ecuatoriano, ni les escriben la historia varias veces. Pero son los ganadores del gran equipo nacional, cuyos logros encierran la propuesta alternativa que tanto se necesita para alcanzar el éxito como sociedad.

Más relacionadas