Sin ganas de votar

Por Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Será que con los años uno se vuelve más complicado y exigente con todo, pero viendo ya a las estrellas que se han presentado como nuestros futuros salvadores, creánme que no me muero por votar por ninguno de ellos. El problema no son ellos, soy yo, como dicen los novios que quieren cortar una relación diplomáticamente. Soy yo, porque no entiendo que las reglas del juego político imponen condicionantes obligatorias, a las que yo no me acostumbro, definitivamente.

Una de ellas es tomar poses. El que es tonto tiene que hacerse el inteligente, el que es aburrido tiene que parecer interesante, el bravucón tiene que fingir ser tolerante, el intolerante tiene que ver cómo pasa por comprensivo. Todos miden sus palabras para que no se les escape una que enfade a los electores, a quienes no se les reclama nada, siempre tienen la razón, como que si todo lo que hace la masa está muy bien hecho, porque es la masa. Alguien les tendrá que decir, algún día, que si no se sacan la madre los adultos trabajando, y los jóvenes estudiando, no tendrán la mínima oportunidad de escapar, aunque sea unos pocos metros, de la pobreza. Lo demás es caridad.

La segunda condicionante es hablar mucho, mentir bastante, para finalmente no decir nada nuevo. Desfilan ahora mismo, a diario, figuras nuevas con caras bonitas, otras no tanto, de quienes uno espera discursos diferentes, ideas que rompan algo, propuestas con las que uno diga «con esta me quedo», pero no. Mucho rodeo, mucha vuelta, demasiada palabra preparada con anticipación, en esos cursillos rápidos que ahora dan para encarar entrevistas de televisión. El objetivo no es dejar sembrado un mensaje a quienes los escuchamos, sino salir airosos de un encuentro mediático en el que más cuenta el peinado y las poses -otra vez las poses- que lo de fondo, ver cómo y cuándo arrancamos a ser un país desarrollado, pero en serio.

Hasta el burro, por el que pensaba rayar en la papeleta, ya me cayó mal, estoy fregado. Mucho sermón, muchas palabras bonitas, mucha buena intención sin nada de condumio. Las irreverencias son bienvenidas, sobre todo en nuestra realidad, que tanta oportunidad nos da para sacar buenos chistes. Pero el tema no queda allí, sino en preparar un escenario atractivo, para que, en adelante, se integren brillantes jóvenes que se preparan actualmente para triunfar en sus vidas, dejando de lado el interés por el país, porque sencillamente creen que ya no vale la pena.

Por eso he dicho que el candidato que proponga el voto voluntario, se lleva mi voto. Para dejar de votar y no tener que pagar, como he pagado varias veces, los casi cuarenta dólares que cuesta mi rebeldía por no aceptar la apetitosa oferta electoral que el resto la acepta con estoicismo y acude a votar, convencidos que es así, con la suma de papeletas rayadas, como se construye la democracia. Así vean poco tiempo después cómo esos mismos que eligieron, se encargan de hacer pedazos a esa democracia por la que se levantaron temprano un domingo.

Es definitivo. No son ellos los malos candidatos, soy yo un pésimo elector.

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4 Comments

  1. A la gente le hablan de democracia todo el tiempo, que ya ni le importa, porque cada actor la define a su manera; por ejem, los de este portal tienen su propia definición de democracia.

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