Tarea legislativa

Juan Jacobo Velasco
Santiago de Chile, Chile

Después de los capítulos de cierre e inauguración de los periodos legislativos, quedan pocas dudas sobre el valor que tiene la Asamblea Nacional para la revolución ciudadana. Si antes la partidocracia había transformado al antiguo Congreso en un circo y en el escenario de hombres del maletín y negociaciones salvajes, hoy los shows son más institucionalizados, con trencito incluido, y mucha uniformidad de criterios. Hay tanta uniformidad de fondo y forma, respecto del fondo y la forma dictados por el Ejecutivo, que las tareas de fiscalización, control institucional y generación de debate en la elaboración de las leyes parece haber llegado a una etapa superior, marcada por su aparente irrelevancia. ¿Para qué debatir o fiscalizar si la mayoría está de acuerdo en el espíritu de las Leyes que se aprueban sin reparos, y el proyecto político de Alianza País, sea desde el Ejecutivo o en cualquier dependencia del Estado (Justicia incluida), no puede ser sujeto a error o –peor- fuente de corrupción? La premisa es clara e irrefutable. Ergo, hay que avanzar. Sea lo que eso implique.

Y no obstante, la Asamblea sí debiera significar algo. Más allá de la formulación de Leyes o la fiscalización de los otros poderes. O como espacio donde la política se manifiesta en el debate de ideas y propuestas. Me parece que la Asamblea, como ninguna otra institución republicana, debiera ser la expresión más clara de la diversidad de una sociedad. A pesar de lo que se puede pensar tras los resultados de febrero, el nuestro sigue siendo un país diverso y complejo que no se agota en una mayoría legislativa anuente con el Ejecutivo. Si antes adolecíamos de una atomización que volvía muy difícil llegar a textos coherentes y complejizaba la negociación a niveles aberrantes, hoy ocurre exactamente lo contrario, acercándonos a un punto en el que la anomia legislativa atiza la irrelevancia absoluta de la Asamblea. Lo peor es que no hay pudor ni sentido de autocrítica, tal como se desprende de las palabras de su ex prescindente (se podía prescindir de él y nadie se iba a dar cuenta, como ahora se aprecia) al despedirse y tal como se avisora con su nueva cabeza durante la sesión inaugural.

La tarea de los legisladores, más allá de las órdenes, la disciplina partidista o del miedo que provocan las sabatinas, debe enfocarse en devolverle a la Asamblea su razón de ser, encarnando sus mandatos con independencia de las otras funciones del Estado, con apertura al debate interno y con responsabilidad frente a todos sus representados. Es una tarea compleja dados los antecedentes recientes y la historia larga. Su nueva composición dirigente, con mujeres en la testera, pudiera simbolizar un cambio, si no se repitiera el error de, literalmente, dejar sin palabra al resto cuando se escucha lo que no se quiere oír. Compartir un proyecto político no significa negar el espacio que institucionalmente le corresponde a cada poder del Estado.

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