Reductio ad hitlerum

Vicente Albornoz
Quito, Ecuador

Adolfo Hitler era un tipo tan, pero tan malo que es muy fácil descalificar a alguien llamándolo «fascista», es decir, acusándole de profesar la misma ideología de alguien tan despreciable como Hitler. Es fácil, pero en muchos casos, es errado, entre otras cosas porque poca gente ha logrado los niveles de maldad del mencionado fulano.

La mecánica de descalificar a otro acusándolo de fascista es muy sencilla: «Lo que usted hace es igual a lo que hacía Hitler, Hitler era malo, por lo tanto, lo que usted hace es malo». Ese razonamiento está sujeto a un sinnúmero falacias, siendo la principal que lo que hace la persona a quien se ataca no necesariamente es igual a lo que hacían los fascistas (una falacia de falsa analogía).

Por cierto, es tan común el uso de esta falacia que incluso tiene un nombre en pseudo-latín: «reductio ad hitlerum» (alusión irónica a la «reducción al absurdo»).

A más de una persona he oído definir al actual Gobierno como fascista, pero, a pesar de la infinidad de defectos que tiene, este Gobierno, sin duda, no lo es. Veamos la política económica y, específicamente, sus objetivos. En los países fascistas (Alemania e Italia en los años 30) el objetivo central de la política era crear una economía poderosa, o sea, convertirse en potencias mundiales. Si bien discriminaban horriblemente a ciertas minorías, en general dejaban en paz a las empresas privadas y no las abrumaban con regulaciones e impuestos.

Normalmente el Estado no era productor directo y hasta en temas como armamento se encargaba la producción a empresas privadas. Se «mimaba» tanto a las empresas que en algunos casos se llegó hasta la práctica inhumana de entregar esclavos a las que estaban en sectores claves. Evidentemente todo lo descrito aquí dista muchísimo de la política económica intervencionista del Gobierno actual que, por lo tanto, no puede ser definida como «fascista».

Hitler y sus colegas Franco y Mussolini eran tremendamente intolerantes e incluso llegaban a matar a quienes les criticaban. Horrible, pero niveles similares de intolerancia tuvieron Stalin, Mao y Pol Pot. No obstante, a ellos difícilmente se los puede calificar de «fascistas». Todos los hasta aquí nombrados eran intolerantes, antidemocráticos y asesinos, pero no necesariamente eran «fascistas». De manera que si el Gobierno ecuatoriano fuera intolerante, sería simplemente eso (intolerante). Más no «fascista».

El hábil uso de la propaganda gubernamental, la persecución de los opositores, la intolerancia (hasta con las caricaturas) son características compartidas por muchísimos gobiernos pertenecientes a múltiples vertientes ideológicas y no son un monopolio de los «fachos». Por cierto, en el siglo XXI, los regímenes de izquierda ya no usan la «reductio», sino la «acusatio ad CIAium», es decir, falazmente acusan a sus críticos de ser agentes de la CIA.

* El texto de Vicente Albornoz ha sido publicado originalmente en El Comercio.

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