Rusia, el problema ignorado de América Latina

Luis Fleischman
Miami, Estados Unidos

A medida que se consolida el control ruso sobre Crimea y el miedo a una potencial invasión de la Ucrania continental se incrementa, las actividades rusas cerca de casa, en el hemisferio occidental, han pasado mayormente desapercibidas o tal vez simplemente han sido desestimadas.

Ha habido noticias de un incremento en la cooperación militar rusa con países de América Latina que son hostiles a los Estados Unidos, principalmente Cuba, Venezuela y Nicaragua. Esto incluye acuerdos entre Rusia y los países arriba mencionados que permitirían a Rusia establecer sus instalaciones logísticas navales en territorio venezolano, cubano o nicaragüense.

Según el Secretario de Defensa ruso, estas instalaciones podrían servir a aviones de largo alcance. El motivo, según el experto en Rusia Stephen Blank, es que Rusia busca acceso a puertos y bases aéreas para propósitos de reabastecimiento de combustible además de mayor proyección de poder.

La invasión rusa de Crimea levanta la duda sobre si la vieja lógica de la guerra fría sigue estando vigente.

Rusia puede haber abandonado el comunismo, pero no ha abandonado el orgullo de ser un imperio con una amplia esfera de influencia que ellos, particularmente Vladimir Putin, consideran que les pertenece, y solo a ellos. Parece que este fue el razonamiento tras la agresiva tentativa de Rusia en 2008 para prevenir la incorporación de Georgia a la OTAN. A esto siguió una invasión militar rusa que consiguió separar de facto Ossetia del Sur y Abkhazia de Georgia, haciéndolas políticamente independientes pero sujetas a la autoridad rusa.

La misma lógica afecta a la crisis actual en Ucrania.

De hecho, el foco de las políticas estadounidenses durante la guerra fría era contener la expansión e influencia de la Unión Soviética (y el comunismo en general) a lo largo y ancho del globo. Los Estados Unidos combatieron intentos comunistas de dominar países, a menudo a través de terceros, apoyando a las fuerzas de oposición ocasionalmente (incluyendo fuerzas armadas locales) y a veces interviniendo directamente con tropas estadounidenses sobre el terreno.

Asimismo, había un reconocimiento tácito de qué países conformaban la esfera de influencia de la Unión Soviética y ahí los Estados Unidos no intervenían, a parte de usando una cierta retórica vacía. Así fue el caso de la invasión soviética de Hungría en 1956 y la invasión de Checoslovaquia por parte del Pacto de Varsovia en 1968.

También, las políticas de los Estados Unidos en su propia esfera de influencia, particularmente en América Latina, fueron más agresivas, especialmente tras la revolución cubana. Los Estados Unidos se sintieron con derecho a preocuparse por las tendencias pro-soviéticas del gobierno de Salvador Allende en Chile a principios de los 70. Lo mismo para la Revolución Sandinista de Nicaragua, a finales de la misma década.

Hoy, casi un cuarto de siglo tras el final de la guerra fría, la contención tácita implícita ya no prevalece.

Mientras Rusia ve las Repúblicas Soviéticas originales como parte natural del área de dominio tradicional rusa, los Estados Unidos consideran este concepto como anticuado. Es más, la política estadounidense en su esfera de influencia original, esto es, América Latina, se basa en la catarsis, una especie de ánimo arrepentido por su apoyo a golpes de estado y otras políticas agresivas en el pasado.

Este sentimiento de culpa aún atormenta a los Estados Unidos, a pesar del hecho de que en las últimas tres décadas los Estados Unidos hayan apoyado la democracia en América Latina a la vez que repudiaban los golpes de estado. Del mismo modo, los Estados Unidos han apoyado una política de libre comercio dirigida a reducir las barreras al comercio entre nuestros mercados y América Latina, haciendo más fácil para los países latinoamericanos colocar sus productos en el mercado estadounidense.

Es más, mientras que los Estados Unidos presentaba una aproximación clara y benevolente post-guerra fría, la Revolución Bolivariana en Venezuela y gobiernos afines en Ecuador, Bolivia y Nicaragua han ido emergiendo. Su agenda política ha quedado clara a medida que se han vuelto abiertamente hostiles hacia los Estados Unidos, con aspiraciones a reducir la influencia norteamericana en la región y, si fuera posible, el mundo.

Esto no pasó desapercibido para Vladimir Putin y su maquiavélico círculo. En mi libro Latin America in the Post-Chavez Era, advertí de que Rusia podría usar América Latina como carta para impedir que Occidente y la OTAN sigan avanzando en la esfera de influencia soviética original. Por tanto, llegué a la conclusión de que la presencia rusa en la región podría tener consecuencias geopolíticas negativas.

De hecho, en 2008 Rusia ofreció a Venezuela US$1,000 millones en créditos para comprar armamento Ruso y cooperación nuclear. A la vez, las armadas rusa y venezolana llevaron a cabo ejercicios conjuntos.

El entonces Secretario de Defensa Robert Gates se burló de estos pasos y desestimó los acuerdos armamentísticos ruso-venezolanos como acuerdos comerciales inconsecuentes. Sin embargo, esto llevó no solo a que un enemigo de los Estados Unidos, y su aliado más cercano, Colombia, fueran armados por Rusia, sino que muchas de estas armas acabaron en manos de las subversivas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

En la misma línea, en octubre de 2010, el difunto líder venezolano Hugo Chávez y el entonces presidente ruso Dmitry Medveded alcanzaron un acuerdo para construir dos reactores nucleares de 1,200MW, similares al construido en Irán, también con ayuda de Rusia y completado en agosto de ese mismo año mientras Occidente andaba preocupado por la posibilidad de un Irán con poder nuclear.

El propio Medveded reconoció que su viaje a América Latina en 2008 quedaba fuera de consideraciones geopolíticas. Según un artículo reciente de Joseph Humire, se estima que la venta de armamento ruso en América Latina durante la próxima década sumará hasta US$50,000 millones. Hasta la fecha, Venezuela ha comprado la mayor parte de este armamento, incluyendo misiles tierra-aire ahora sitos en Caracas.

A pesar de tener un grupo de países hostiles en la región y la presencia creciente de Irán, China y Rusia, las políticas estadounidenses han permanecido restringidas al comercio y solo al comercio. Estos hechos no han levantado preocupación entre los legisladores. Nunca se ha desarrollado una estrategia para contrarrestar estos retos geopolíticos.

Entre la auto crítica estadounidense y la culpa y la consecuente pasividad y el creciente número de países contrarios a los Estados Unidos en la región, Rusia, como Irán y China, han sabido aprovechar la oportunidad proporcionada por la Alianza Bolivariana.

Mientras los Estados Unidos abandonan su deseo de involucrarse en asuntos internacionales, Rusia y China aspiran a incrementar su influencia en partes del mundo que tradicionalmente han sido parte de la esfera cultural y política de Estados Unidos. Simultáneamente, Irán cultiva sus propias alianzas políticas y redes terroristas en la región.

La Alianza Bolivariana es una amenaza para la democracia y la estabilidad en la región. Rusia, China e Irán harán cualquier cosa para reforzar estos regímenes.

¿Van los Estados Unidos a seguir el razonamiento de Pat Buchanan de que lo que está pasando en el mundo no es asunto nuestro y no nos afecta, y por tanto no deberíamos involucrarnos? ¿O son los Estados Unidos el líder del mundo libre, que entiende que representamos una fuerza benigna por virtud de ser una democracia poderosa, y por tanto nuestro trabajo junto a nuestros aliados es proporcionar un contrapeso a las influencias dañinas?

En las páginas del Americas Report, hemos insistido muchas veces en la importancia de tener un rol estadounidense activo en la región, con el objetivo de afrontar estos retos. Esto incluye una política activa pro-democracia y más atención a las amenazas que afectan a nuestra seguridad nacional. Ni una vez sugerimos nada parecido a una intervención militar.

Mientras el mundo observa, una política exterior laissez-faire puede ser tan perversa como ir a la guerra, porque es un signo de debilidad que nos hace más y más vulnerables.

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Luis Fleischman es asesor principal en Menges Hemispheric Security Project en el Center for Security Policy. Es co-editor de The Americas Report y el autor deLatin America in the Post-Chavez Era: The Security Threat to the United States.

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