El maestro Zavala Baquerizo

Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

Era nuestro primer día de clases con él. Llegó a la clase faltando varios minutos para las 7 de la mañana, de tal forma que a las 7 en punto ya estaba hablando. Por lo inusual de la hora apenas unos contados estudiantes estaban allí para escucharlo. Los demás fuimos llegando minutos más tarde, entre asombrados y avergonzados. Muchos pensamos que seguramente lo había hecho por tratarse del primer día de clases, y que con el correr de los días las cosas se iban a flexibilizar y en fin que sus clases comenzarían un poco más tarde. Pero nos equivocamos. Semana tras semana la rigurosidad de su puntualidad continuó invariable, y todos terminamos por llegar tan puntual como él, e inclusive un poco antes.

Con una voz grave, en tono alto y una dicción impecable, sus clases magistrales –que bien podían escucharse desde el patio universitario– eran más que simples enseñanzas. Eran en realidad un torrente impresionante de ideas que parecían liberarse luego de un largo cautiverio para apoderarse de nuestras mentes. Era un cúmulo de argumentos que iban cabalgando sobre una lógica infranqueable, y sobre los que volvía una y otra vez a recorrer desde más de un ángulo. Para de allí pasar al siguiente asunto que venía abordado con igual estilo. Y así sucesivamente. Uno terminaba al final convencido y vencido. Y si dudas quedaban –y cómo no iban a surgir en una asignatura como es el Derecho Penal– ellas venían atendidas con precisión.

De esa forma discurrían las clases del doctor Jorge Zavala Baquerizo. Su contribución no solo se la debe medir por sus importantes obras, y la influencia que ellas tuvieron en la legislación y jurisprudencia. Más importante creo que fueron las horas y horas que dedicó a la cátedra universitaria, a la enseñanza y formación de miles de profesionales. Una tarea que él la asumía con una actitud casi religiosa, y a la que se volcaba con una fuerza y entusiasmo tales que contagiaba a sus estudiantes a subirse en lo que parecía ser un viaje de aventuras.

El derecho penal como producto de la cultura occidental ha jugado un papel histórico en la defensa de nuestras libertades. La razón de sus instituciones y referentes discursivos no ha sido otra que la de proteger a los individuos de los peligros del poder punitivo del Estado. De cómo limitar a ese poder sancionador, y frenar los abusos y arbitrariedades en los que fácilmente cae quien lo ejerce aunque sea temporalmente. Puede sonar contradictorio pero más que un derecho preocupado por las “penas”, el derecho penal es un derecho preocupado por la libertad. No es coincidencia que la degeneración social de los estados comience generalmente con la manipulación de su derecho penal.

Leía con increíble avidez, escribió y trabajó de forma incansable. Con él se han ido 90 y pico años de historia, y una vida incansable dedicada a la academia, el derecho y su familia. Con su muerte parece haber vencido a la vida.

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* El texto de Hernán Pérez Loose ha sido publicado originalmente en El Universo.

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