Las chocantes conclusiones de los experimentos de obediencia

Maríasol Pons
Guayaquil, Ecuador

Los experimentos de obediencia de Stanley Milgram son una muestra de el peligro nefasto que puede ser para la humanidad la obediencia absoluta de sus miembros, no invoco con esto la anarquía pero si un cuestionamiento de las personas a quiénes y a lo qué se escoge obedecer.

El psicólogo social  norteamericano empezó sus publicaciones en 1963.  A través de varios experimentos que incluían variantes que permitían aislar los factores que explicaban la obediencia exploró un tema espinoso de la conducta humana. Más específicamente con “El experimiento número 5” (Milgram, 1974) puso en evidencia que el ser humano es capaz de obedecer a la autoridad al punto de matar sin cuestionar las órdenes.

El experimento consistía en que una prestigiosa universidad convocaba voluntarios para un estudio sobre la memoria; los efectos del castigo sobre el proceso de aprendizaje. El voluntario era presentado a un supuesto estudiante, que en realidad formaba parte del equipo de Milgram, si los “estudiantes” fallaban en sus respuestas debían recibir descargas eléctricas- el voluntario no veía al estudiante pues estaban separados por una pared. Como se sabe, la conclusión más impactante del experimento fue descubrir que el 65% de los participantes continuaban administrando las descargas eléctricas hasta el final de los rangos que ofrecía el generador. El estudio fue controvertido en su época y desde el punto de vista ético-metodológico, el diseño del experimento de Milgram afecta cuestiones relativas al cuidado de la integridad psico-física del sujeto de la experimentación, a la administración de consignas engañosas y al consentimiento para participar de la experiencia, esto desató un debate ético que concluyó con el impedimento de realizar réplicas de estos experimentos, salvo que se observen los puntos mencionados anteriormente como por ejemplo el de Burgen de 2009.

Este estudio se ha aplicado para analizar en retrospectiva la obediencia de los soldados alemanes en la época de Hitler, entre otros.  Parte de la hipótesis del experimento original planteaba que con la aplicación de distintos grados de voltaje por parte del sujeto del experimento se establecía una “escala de obediencia” que determinaba un “punto de no retorno” en la obediencia. Es decir, que según esta hipótesis, hay un momento determinante en que dejamos de cuestionar y sólo obedecemos. Alarmante, ¿no?

Independientemente del análisis ético de la metodología -el estudio fue  hecho hace más de cincuenta años y el mundo era otro- los conclusiones a las que llega Milgram con su estudio son un llamado de atención espectacular a la consciencia. El hecho de que alguien, quien quiera que sea, se presente como “Autoridad” -y con autoridad quiero abarcar la de un guardia en un aeropuerto, la de una profesora escolar, la de un jefe empresarial , la de un funcionario público y más aún la de un gobernante- para “ordenarnos” actuar en detrimento de los valores mismos que nos sostienen como seres vivos es inaceptable.

Las normas han sido creadas para una convivencia segura y armoniosa, ese es el propósito fundamental de una sociedad y cualquier disposición que vaya en contra de estos dos principios atenta hacia lo más intrínseco de las personas. La autoridad la lleva cada uno dentro de sí, nuestra integridad no debe ser puesta a prueba ya que somos nosotros mismos quienes damos autoridad a quien cree poseerla y con esa facultad podemos escoger quitársela.

He leído y  continuaré leyendo sobre este tema que encuentro fascinante, llegando a la conclusión de que el respeto aplicado a uno mismo y a los demás,  con la misma medida, es la herramienta más práctica en el ejercicio de una obediencia saludable.

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