La reelección y la corrupción

Aquí y afuera. A fines de la década del setenta, cuando el país iniciaba su retorno a la democracia, la izquierda era ardua defensora de la no reelección. La izquierda de la época estaba representada, el ala moderada o centro izquierda, por Jaime Roldos, Osvaldo Hurtado, Rodrigo Borja y en el ala radical por el FADI, el MPD entre otros. Y respaldó en el referéndum del año 1978 una nueva constitución que prohibía la reelección, frente a la reformada del año 1945 que la permitía por una sola vez.

¿Porqué? Porque la mayoría de las Constituciones anteriores permitían la reelección después de un periodo. De ese modo Velasco Ibarra iba y venia. Y el caudillismo, que era mala palabra para la izquierda, y efectivamente era muy malo, se perennizó en la Republica. Finalmente se aprobó una Constitución que negaba la reelección para el Presidente y la permitía para otras autoridades. Luego de ello se reformó nuevamente la Constitución de 1.979 permitiendo la reelección para después de un periodo, pero solamente por una sola vez. De modo que el tema de la reelección siempre ha estado presente en el debate nacional. Por lo menos desde la “gloriosa” de 1.944.

Sin embargo, jamás se puso en el tapete de la discusión la “reelección indefinida”. Eso, para la izquierda nacional, hubiese sido un tabú, pues consolidaba la posibilidad de que las “empresas electorales” vinculadas a la derecha se perpetúen en el poder. Por ello resulta anti histórico que sea precisamente la izquierda radical de Rafael Correa la que instituya la reelección indefinida a través del atajo de las enmiendas constitucionales.

En el 2008, Montecristi consagró la reelección “a la gringa”: por una sola vez pudiendo ser a periodo seguido. Hasta ahí todo bien. A pesar del argumento tradicional que, desde el poder se puede hacer campaña e inclinar la cancha, el país acepto la reelección inmediata por una sola vez. De pronto, como hemos dicho, Correa hizo aprobar, sin consulta popular, la reelección indefinida. Por razones que pueden ir desde el miedo por el caso Odebrecht hasta la comprensible demanda familiar, puso una transitoria y no se presentó. Se cuido, eso si, de imponer a su hombre de confianza: Jorge Glas.

No contó con que Lenin Moreno se le abriera al día siguiente, luego de constatar el calamitoso estado de la economía y la dimensión de los casos de corrupción. Y mucho menos que convocara a consulta. Su decisión de regresar el 2021 se vio totalmente alterada por la nueva realidad política, que a través de una victoria del SI lo elimina de cualquier reelección presidencial futura.

Negando las terribles experiencias donde existe la reelección indefinida, Alianza País ha pretendido convencer al Ecuador que prohibirla constituye una “regresión de derechos”. De los derechos de Correa será, pero no de los derechos de los ecuatorianos. A Argentina le fue bien con Menem hasta que decidió relegirse por tercera vez. A Perú le iba muy bien con Fujimori, hasta que decidió relegirse por tercera vez. Las eternas dictaduras de Castro, de los lideres del mundo árabe y de varios países africanos han evidenciado que la eterna reelección colinda con la impunidad.

El argumento de la regresión de derechos constituye un acto de cinismo político que apunta a engañar al país con un sofisma evidente. La democracia tiene pesos y contrapesos, y elementos vitales. La alternancia es, justamente, el contrapeso a la dictadura. Correa ha pretendido establecer un “somozato” en el Ecuador, utilizando la palabra que algún día usó, en otra época, Blasco Peñaherrera; y, sus partidarios defienden ese “derecho” con el argumento de que es a los ecuatorianos a los cuales se les afecta su derecho a elegir.

La defensa de la reelección indefinida, después de que el país se ha enterado, no de casos aislados de corrupción, sino de una sistémica corrupción en las áreas estratégicas lideradas por el hombre cercano a Correa, cual es Jorge Glas, huele a tratar de tender un manto de encubrimiento sobre los casos denunciados, encubrimiento que se evidenció los últimos meses del régimen anterior cuando el mundo entero sabia lo que había ocurrido con Odebrecht, menos Carondelet. Volver a la reelección por una sola vez no es respaldar al presidente Moreno. Es respaldar el control sobre los actos del gobernante, obligar a los partidos a refrescar los cuadros políticos, atenuar el caudillismo y evitar que los “Papa Doc” de la política ecuatoriana pretendan eternizarse en la Presidencia.

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