La nueva primavera de Isabel Allende

María Rosa Jurado.

Confieso que me he dejado sumergir en las profundas y tumultuosas aguas del universo literario de esta escritora chilena, suramericana y universal que se nos ha metido en las entrañas: nuestra Isabel Allende. Y digo nuestra en el sentido que lo decía Alberto Cortez, de que «lo que amamos, lo consideramos nuestra propiedad».

Primero leí «El amante japonés» (¡romantiquísimo!) y luego «La Suma de los días», que es el relato que Isabel le hace  a su hija Paula de los acontecimientos familiares que ocurrieron después de su trágica muerte víctima de la porfiria, a la edad de 28 años. El dolor de la pérdida dejó a Isabel sumida en la tristeza y vacío el pozo de donde salen sus historias.

Pero, con esa fortaleza interior que la caracteriza, que nadie sabe cómo le cabe en su cuerpo menudo, Isabel volvió a arremeter con la escritura con entusiasmo y los lectores nos enteramos de todos los avatares de la familia de Isabel y de la de su segundo marido, Willie Gordon. Que fueron muchos y  muy variados.

Leyendóla, uno comprende porqué Isabel es escritora: es que con una familia como la de ella, las historias nunca le van a faltar. Nada más con su condición de sobrina del ex presidente Salvador Allende, ya hubiera tenido tela por donde cortar para bastante rato. Pero, no se puede negar que Willie Gordon aporta lo suyo con su familia, e Isabel nos arranca lágrimas de pesar y nos estruja el alma con sus historias.

Había terminado de leer el libro, cuando me entero por internet que Isabel y Willie Gordon se han separado luego de 27 años de matrimonio y me he quedo pasmada, recordando cuántas veces dice ella en sus libros que lo ama y cúanto adora el olor de su piel y el dormir abrazados.

No pude saber qué ocurrió entre ellos. Isabel no lo cuenta, al menos,  que yo sepa. Pero en los agradecimientos de su libro menciona «a las personas que me han apoyado emocionalmente en la vida y en la escritura durante estos últimos dos años, que no han sido fáciles para mí».

Talvéz se trató de que llegó el invierno a su relación, como lo dice el poeta y periodista colombiano Ismael Enrique Arciniegas en el poema «A solas»:

«Hace tiempo se fue la primavera…  ¡Llegó el invierno, fúnebre y sombrío!  Ave fue nuestro amor, ave viajera, ¡y las aves se van cuando hace frío!» 

En el 2017, recuperada de su divorcio, estrena romance y libro con «Más allá del invierno». El afortunado es otro abogado, a quien dedica el libro: «a Roger Cukras, por el amor inesperado».

No hay que ser psíquica ni  psicóloga, sino nomás haber vivido y amado un poco, para darse cuenta desde el título del libro, hasta la frase de Albert Camus que lo inspira: «En medio del invierno aprendí que había en mí un verano invencible», que Isabel Allende venció los rigores del invierno y ha vuelto a florecer en una nueva primavera, que ha renacido de sus cenizas como el Fénix y que va a dar guerra y buenos libros por mucho tiempo más.

Con la mano en el pulso del tiempo, y pasando de lo anecdótico, en «Más allá del invierno» Isabel toca el tema candente de la inmigración y el drama de los migrantes. Más o menos como en la pieza teatral de Agatha Christie, «La Ratonera», en «Más allá del invierno» dos mujeres latinoamericanas, (incluyendo una exiliada chilena que ya sabemos de quien es alter ego), un norteamericano, un perro y dos gatos se ven atrapados por una espantosa tormenta de nieve dentro de un edificio neoyorquino y entrelazan sus destinos

Como Virgilio a Dante, Isabel nos guía por los infiernos internos y externos de los migrantes y sus familias, rompiéndonos el corazón y rebelándonos ante la maldad humana. Pero, el humor está ahí para salvarnos. El horrible perro chihuahua de Lucía, la protagonista chilena, logra hacernos reír. Al libro no le faltan ni momentos de ternura ni alegres.

Pensándolo bien, así fue cómo me enamoré  de Isabel Allende hace más de 30 años: muriéndome de la risa con  «La casa de los espíritus». Mientras me deleitaba con las travesuras de la niña que movía el salero con la mente durante las comidas familiares, no sabía de las lágrimas que derramaría más adelante en esas mismas páginas ni de la angustia que me provocaría la alevosía de la dictadura chilena, con cuyos horrores me obsesionaría años más tarde.

Tampoco los espíritus han dejado de deambular por los libros y por las casas de Isabel. Sus libros nos serían sus libros sino estuvieron plagados de esos espíritus.

Creo que con su última novela, Isabel Allende nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de sobreponernos a nuestros miedos, a nuestros fracasos, como las orugas que se liberan de la piel vieja y  siguen adelante con otra piel nueva, más grande y holgada, que ya había desarrollado previamente bajo la anterior, ella nos llama a despojarnos de tantos prejuicios que nos limitan, nos llama a la compasión y a la tolerancia, y sobre todo, a escoger la esperanza para reinventarnos cada día.

Pequeñita, resuelta, enérgica, seductora, imponente, apasionada, inolvidable, mágica, la Isabel que amamos se rie de su edad y enarbola la bandera del valor y del optimismo

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