La década de la corrección política

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

Lo ‘políticamente correcto’ nace de una idea noble, nace de querer modificar ciertas actitudes y expresiones normalizadas por la sociedad que acarrean discriminación; el problema radica en cuando esa eterna búsqueda de satisfacer a todos termina cercenando libertades y obstaculizando la confrontación de ideas. Esta década fue una década llena de culpa para muchos, especialmente para los políticos, que bajo un fundamento de falsa memoria histórica decidieron volverse blandos y no actuar en momentos de suma urgencia, por temor a irrespetar a un grupo específico de personas. Y también a un grupo específico de personas que se negó a exigirle a sus políticos, por temor a perjudicar a la imperfecta democracia. La dictadura de la corrección política incluso salpicó a ramas como la comedia y el arte, que son transgresoras por naturaleza.

Desde políticos cobardes, que no se atreven a condenar a dictadores como Nicolás Maduro y Daniel Ortega solo por compartir su ideología, hasta los descarados que los aplauden e invitan a sus delegados a sus tomas de posesión. Y sus adeptos, como los kirchneristas en Argentina, defienden a sus líderes sin ningún tipo de autocrítica, por temor a destruir el relato del peronismo. Además, este movimiento, queriendo ganar popularidad, se adjudicó todas las luchas socioculturales del país sureño para crear así una mayoría de votantes. Otra prueba más de que, no siempre, las mayorías tienen la razón. Votar a ciegas a un político como Alberto Fernández solo porque es parte de un movimiento histórico y justificar todas sus acciones para limpiar su imagen es un caso más de como lo políticamente correcto está ganando ventaja sobre la confrontación de ideas y el tan necesario debate.  Por más que es cierto que se suele utilizar el concepto de la corrección política para deslegitimar las consignas que buscan defender los derechos de los grupos históricamente perseguidos, también es cierto que el nacimiento de este fascismo cultural que quiere deshacerse de todo lo que no consideran correcto es preocupante.

En géneros como la comedia, es inverosímil que salgan personas a establecer límites en el humor. El comediante venezolano Ignacio Redondo tuvo que huir de su país hace más de dos años solo porque uno de sus chistes no le gustó a la dictadura chavista. Otro comediante venezolano, José Rafael Guzmán, no puede volver a pisar tierras venezolanas porque tiene denuncias interpuestas por el chavismo por “incitar al odio”. Hace cuatro años, simpatizantes de Al Qaeda atacaban a la sede del semanario satírico francés Charlie Hebdo, por haber hecho una ilustración cómica del profeta islamista Mahoma, irrespetando la ley sharía. 12 personas fueron brutalmente asesinadas esa tarde. En la actualidad, grupos conservadores se escandalizan al ver que Netflix publica una producción humorística (que no busca más que entretener) en donde se presenta a Jesucristo como un hombre homosexual. Las críticas no tardaron y nació el hashtag de #CanceloNetflix e incluso, simpatizantes de la iglesia católica atacaron la sede de la productora ‘Porta dos Fundos’ con bombas molotov.

Es un escenario parecido a la tensión social vivida recientemente en México, luego de que un artista exhibiera una pintura del revolucionario Emiliano Zapata representándolo justo como lo que los registros históricos dicen que era, un hombre homosexual. Los protestantes dicen que es denigrante, como si el hecho de ser homosexual manchara de alguna manera su participación en la historia del país norteamericano. La propia familia de Zapata aceptó que se siguiera exhibiendo la pintura, a pesar de no estar de acuerdo con la manera en la que fue plasmado su familiar.

 Esa idea de ‘cancelar’ algo cuando no estás de acuerdo es parte de la cultura de la gente que solo quiere ver hechos que favorezcan sus ideales. Suele verse todo el tiempo, como cuando Kevin Hart tuvo que renunciar a ser el anfitrión de los Premios Óscar en el 2018 luego de ser sometido al escarnio público por haber publicado tweets homofóbicos hace más de 10 años. Los mal llamados soldados de la justicia social son expertos en buscar tweets o publicaciones antiguas para juzgar a las personalidades actuales. Es estúpido juzgar hechos del pasado basándonos en los estándares sociales que tenemos hoy.

No ser políticamente correcto no significa ser una persona intransigente. Muchos malinterpretan el concepto y utilizan la idea de la incorrección política para impulsar discursos de odio, sin empatizar con sus interlocutores y escudándose bajo la ‘incuestionable’ libertad de expresión. También se une a ese nuevo fenómeno en donde todos queremos ser parte de la discusión (de cualquier discusión), y muchos deciden llevar la contraria solo porque sí, sin entender que eso también obstaculiza el avance y el entendimiento entre ambas partes. Además, la corrección política obliga a muchas personas a embotellar sus convicciones y sus ideas de mundo, y ese embotellamiento solo funciona para que en vez de que cambien su tren de pensamiento, lo radicalicen aún más. La panacea para no ofender a nadie no puede ser simplemente no decir lo que piensas.  No puede existir autocensura, porque es contraproducente. Todo el mundo debe estar en la libertad de expresarse y discutir, quizás no están equivocados sino desinformados y necesitan hablar con alguien más experimentando para llegar a un mejor entendimiento.

El nacimiento de una policía del pensamiento, como lo que planteaba George Orwell en su novela 1984, es inaceptable. Los polos son cada vez más populares y un punto medio es inalcanzable. Ese desafío del punto medio es al cual se enfrentan los políticos en la actualidad, que quieren mantener a todos contentos, pero al hacer esto no toman ninguna decisión determinante por temor a los afectados. O sólo la toman cuando saben que el afectado no está en capacidad de exigir o reclamar, como le ocurre a los migrantes y/o refugiados. Pero cuando tienen que condenar a un corrupto, derogar una ley, introducir una nueva o proponer iniciativas, si entran en ese juicio moral donde no quieren tomar ninguna decisión por no querer someterse al escrutinio y alterar a las ‘mayorías’.  El surgimiento de esta sociedad autoritaria que se niega a debatir (sin importar ideología) y que quiere que el mundo sea lo que ellos creen que es está marcando un antecedente muy peligroso para la siguiente década. Esta fue la década de la política polarizadora y del tambaleo de la democracia. Del político que se esconde detrás de una supuesta suntuosidad para caerle bien a todo el mundo, y del otro que es todo lo contrario para hacerle frente a su contrincante.

El surgimiento de espacios para democratizar la opinión pública con la creciente popularidad de las redes sociales es una alternativa que ha perdido fuerza por grupos intransigentes y policías ideológicos.  Que la nueva década sea una década de avance, de progreso, de discusión y de sano debate, en donde el autoritarismo nunca reine y la tan lejana utopía de una sociedad inclusiva y perseguidora del buen convivir sea alcanzada. En donde remarcar diferencias y tener un enemigo al quien enfrentarse no sea prioridad para los ciudadanos.

Feliz y próspero año nuevo.

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