Tómese un café con el que no piense como usted

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

La polarización política en nuestra sociedad está en auge desde los últimos años. El crecimiento de discursos divisivos a los que ciertos grupos se aferran para impulsar sus convicciones ha creado un claro conflicto en las confrontaciones de ideas. La negativa de muchos para hablar con quienes piensan diferente no hace más que obstaculizar la solución de problemas puntuales y segmentar a las poblaciones a gran escala.

Esto no hace más que encerrarnos en una cámara de eco, donde vemos todo desde nuestra propia burbuja y consumimos e interpretamos el mundo a nuestra conveniencia con sesgo de confirmación, para que favorezca nuestro sistema de creencias. Y cuando abordamos la perspectiva del grupo adverso a nuestro pensamiento, lo hacemos de manera banal. La desestimamos inmediatamente por mera asociación.

En estos tiempos tan divisorios, ¿nos hemos puesto a pensar sí podríamos dignarnos a escuchar a las personas con quienes no estamos de acuerdo?  ¿A tener una conversación cívica sin caer en provocaciones? ¿A no tratarlos de locos por pensar cómo piensan?  Yo no lo creo.

Daryl Davis es un músico afro estadounidense, que desde hace más de 30 años se reúne con los miembros residuales del Ku Klux Klan para compartirles su lado de la historia. Todo lo hace sin compromiso, sin ánimos de reconversión y sin prejuicio alguno. Es un hombre afroamericano que se reúne con líderes de un grupo supremacista blanco que aboga que los diferentes a ellos son menos humanos y no tienen los mismos derechos, para darles la perspectiva que tanto se han negado a escuchar. Aunque ha expuesto su vida al ir a la boca del lobo, su manera de operar ha dado frutos. Con ese simple método, ha hecho que más de 200 personas renuncien al KKK, y Davis guarda sus túnicas para exponerlas en un futuro museo como señal del poder que tiene la conversación.

Davis dice que: “cuando dos enemigos están hablando, no hay pelea. Es cuando la conversación finaliza que el suelo se vuelve fértil para la violencia”. Quizás es un ejemplo muy específico y único en su especie, pero aun así la reflexión de Daryl Davis puede aplicarse a cualquier discusión existente. Probablemente lo apropiado no sea llamar a quien piensa diferente ‘enemigo’, pero Davis era un enemigo directo para el KKK, aunque no fuera un sentimiento recíproco.

Y es justamente es esa palabra: enemigo, con la que se han construido todos los discursos políticos de la época. Nos han hecho tenerle miedo al que piensa distinto de nosotros, señalándoles como una posible amenaza a la democracia, la seguridad nacional, la paz y demás. Nos han hecho creer que sí no nos subimos a un único tren de pensamiento entonces estamos conspirando con el bando contrario. Nos han hecho creer que quienes piensan diferente tienen una pobre educación, creando una falsa preponderancia con la que impulsamos nuestras creencias. La verdad es que todos somos parte del mismo sistema, nos regimos bajo las mismas reglas de juego y, por acoplarnos a ellas, es que hemos destruido el hábito de conversar con quien piensa diferente.

Otro punto que hay que tomar en cuenta es que en ocasiones el grupo adverso promueve ideas que causan daño palpable, como el machismo, la xenofobia, el racismo, la homofobia, etcétera. Por lo que el hecho de mantener una conversación civil con quienes están llenos de desprecio puede resultar en una pérdida de tiempo. Siento que, en muchos casos, los que destilan expresiones de odio están desinformados. Les falta conocer el otro lado de la historia que tanto han ignorado. Y el hecho de que nunca reciban esa información y de que sean señalados por pensar cómo piensan, hace que continúen embotellando ese odio y radicalicen aún más sus posturas. Obviamente la problemática va mucho más allá y la responsabilidad de generar un mundo más seguro para todos no solo radica en nuestras manos, pero sí empezamos por nuestra cuenta podremos criticar con base el discurso político creador de enemigos, y por ende, desechar a todos los metarrelatos que permitieron impulsar dichas ideas en primer lugar.

Yo, siendo un migrante venezolano en el Ecuador, he recibido decenas de mensajes de personas que leyeron uno de mis artículos y se sintieron aludidos al ver denunciada la xenofobia en su país. La amplia mayoría de esas decenas de mensajes iniciaron con insultos. Lo más sencillo sería no leer ningún mensaje y no darles atención, pero siempre estoy dispuesto a conversar y entender la perspectiva del otro lado, así dicha perspectiva atente directamente contra mí como persona. No ha sido grato conversar con xenofóbos y mucho menos salubre, al ser una conversación donde la escalada de violencia es rápida, pero siento que el cambio empieza por allí. Conversando, no ignorando. Es cuestión de darle el lado humano a ese enemigo creado por los políticos irresponsables. En algunos casos funciona y las personas ceden en sus ideas extremistas, en otros no.

Y ese debe ser el eje central, nuestro punto de referencia, el llegar a un acuerdo. Por ejemplo, sí los dos bandos (o cuantos bandos sean parte de la conversación) quieren una mejor educación, ya comparten un objetivo. ¿Cómo llegarán a esa mejor educación? Probablemente no estén de acuerdo en los pasos a seguir, pero ya existe un interés en común. Los grupos tendrán que ceder en algunas de sus propuestas para formalizar dicho acuerdo y que todos terminen a gusto sin comprometer sus ideas de mundo, pero ceder ya es un paso en la dirección correcta hacia el entendimiento.

En esta sociedad donde las conversaciones terminan en puro ruido al estar llenas de gritos, donde los grupos no hacen más que demonizarse el uno al otro, donde los problemas puntuales son dejados en segundo plano por las repetidas discusiones ideológicas y donde un debate presidencial parece un reality show, nos hace falta conversar.

En algunos casos tendremos la razón, en otros no. En algunos casos llegaremos a un acuerdo, en otros no. Rodearse de gente que no hace más que reafirmar nuestras creencias nos hace pensar que todo el mundo piensa exactamente igual a nosotros, y que el que no lo hace automáticamente está equivocado. Nos hace falta entendernos, nos hace falta debatir. Nos hace falta curarnos de la ignorancia y reconocer el valor del que piensa distinto. Conozco casos de personas que incluso dejaron de hablar con sus familiares porque no compartían visiones políticas, no seamos esos. Toda conversación es una oportunidad para aprender, partamos desde allí y avancemos hacia el futuro.

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