Mundo para lelos

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Cuando niños, el refugio de la imaginación nos permitía iniciar incontables aventuras sin otro asidero que la fantasía, la lectura y esa maravillosa posibilidad de soñar despiertos ante una realidad generalmente aburrida y lenta. La negativa a aceptar la realidad, inexorable y contraparte cruda a nuestros devaneos, nos permitía crear mundos paralelos cuya sencillez estribaba en nuestra credulidad infantil y dispuesta a santificar todo mito.

Y así hilvanábamos un mundo perfecto, sin fallos, en el que nuestra voluntad era suficiente para desencadenar una retahíla de episodios siempre resueltos con felicidad gracias a nuestro héroe favorito.

Con los años, la dura realidad se abre paso y destruye nuestras fantasías, las substituye por certezas y reglas, enseñanzas y guías para una vida sin decepciones ni sobresaltos de bulto. Pero a pesar de ello, o quizás por ello, sobrevive en nuestra mente, recóndita pero fecunda, aquella mentalidad simplista, mágica e inmediata que pisa hondo ante la frustración y deja un espacio al embeleco y el auto engaño.

Esta reflexión me viene a la cabeza cuando observo la tozudez de la pléyade correísta para sostener la vigencia y la palabra de uno de los fabuladores más importantes de nuestra vida republicana. Han creado, con ayuda de la ceguera de medios y detractores, un universo paralelo en el que Correa sigue siendo indispensable, medida de comparación y fin en si mismo. Se niegan a aceptar la realidad inexorable de los actos, de los encubrimientos y de las complicidades. Soslayan la ausencia calculada para eludir responsabilidades, el tren de vida desproporcionado ante sus ingresos, la falta de respuestas concisas ante las imputaciones, los fallos de memoria y sus consiguientes contradicciones, y la estela de derroche que un plan de culto a la personalidad dejó en las pupilas de los ecuatorianos.

El hecho cierto es que la opinión pública debería estar discutiendo la gravedad de todas las imputaciones hechas al gobierno anterior y la inacción del actual, en vez de ceder a la mórbida empresa de evaluar y apostar a la posible candidatura de un fugitivo de la justicia, cuya irresponsabilidad se demuestra a medida que la realidad se hace más angustiosa y apremiante.

Un acto de moral pública y de solidaridad de País no le vendría mal a un pueblo agobiado por una economía entrampada por la imprevisión, un escenario laboral decepcionante, una inversión extranjera nula y una angustia social creciente.

Un análisis frío de la situación actual, explicado hasta la saciedad por analistas independientes, debería motivar una reacción monolítica y definitiva por parte de todas las fuerzas políticas y no un silencio calculador y electorero. Un rechazo total y definitivo a un liderazgo torcido y malsano debería ser la norma y no la excepción en los medios de comunicación, cuya función es explicar sin sesgos la situación política, económica y social en cifras de un país en la picota.

En vez de alimentar un mundo para lelos, es la obligación de todos los ecuatorianos conscientes enfrentar la realidad imperante, comprender la magnitud del daño causado a la moral pública, aceptar al mundo real y sus desafíos, y delinear en conjunto las medidas urgentes para sanear al Ecuador de sus líderes enfermizos, de sus falsos héroes, de su ignorancia y rencor colectivo, que solo lograrán hundir más a un pueblo engañado y crédulo.

Es indispensable hablar con verdad y cifras antes que con demagogia y mitos. Superar el abismo de los partidos y los intereses individuales es un primer paso.

El segundo imponer un bloqueo de opinión a la corrupción y sus defensores, y reemplazar a los representantes de organismos defectuosos y sospechosos con gente experimentada e intachable de distintas vertientes.

El tercero es reducir el gasto público con la herramienta más rápida y a la mano: la eliminación de subsidios.

La cuarta es actuar rápido y con eficacia. Eso minimiza el costo de las medidas.

¡Necesitamos patriotismo y lo necesitamos ya! Estamos ad portas de una crisis global. Es hora de expulsar del horizonte a quienes pretenden lucrar del caos para abonar a su causa. Y más aún si han sido responsables del actual estado de cosas. O seguiremos en un mundo para lelos .

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