Las mentes de plastilina

Ángel Gaibor Orellana

Guayaquil, Ecuador

¿Quién, siendo niño, no jugaba con plastilina? Recuerdo que la mezclaba de distintos colores y la manipulaba de tal forma, que armaba figuras indescriptibles e imposibles de descifrar: creaciones “novedosas” que provenían de una mente ingenua e imaginativa.

Esas formas incomprensibles e inertes que fueron producto de la imaginación de un niño, se han enraizado en el corazón y la mente del ser humano contemporáneo. Basta observar la forma en que viven ciertas personas, con sus mentes manipulables, la fragilidad y fugacidad de sus relaciones interpersonales, su falta de sentido de vida, la práctica de pseudo-ideologías, para corroborar lo anterior. Y, ha sido esta amalgama de comportamientos, y otros más de seguro, que nos han convertido en esas figuras que somos incapaces de explicar.

La psiquiatra española Marian Rojas relata en uno de sus libros que el uso inadecuado de la tecnología ha formado seres sin pensamiento crítico, frágiles y con miedo a comprometerse profundamente. Se puede concluir que esa mente de plastilina no posee filtros ni razón; y, que el corazón humano está nublado por la tentación de la cobardía que lo ha incapacitado para arriesgarse a sueños y amores cuyo horizonte sea el cielo. Por ello, la relativa facilidad con las que se creen las fake news, el escaso pensamiento crítico al leer una noticia y la fugacidad de las relaciones afectivas.

¿Es posible que en una vida frenética, en la que pareciera que solo existe el acelerador, sea un detonante adicional a este dilema? Leemos, observamos, trabajamos, nos relacionamos, e incluso comemos, con una voracidad que va a la velocidad de un clic. No nos damos la oportunidad de reflexionar sobre sucesos importantes de nuestra vida; tampoco disfrutar de un buen momento con personas queridas, ni sumergirnos en la profundidad de un libro y sus ideas. Y esto, ¿por qué?

Y ni se diga respecto al corazón. Emociones más que sentimientos. Importa más el efímero momento que la perdurabilidad, la opción de naufragar ya existe antes de embarcar. Aspiramos a relaciones fuertes, pero sostenidas por sentimientos líquidos, cual casas de roca en suelos de arena. El amor se convirtió en un producto con fecha de caducidad, y anhelamos grandes sueños pero sin estar dispuestos a pasar alguna pesadilla. Y, ¿cuál es el resultado? Más divorcios que matrimonios, la extinción de relaciones afectivas sólidas, alta tasa de suicidio adolescente, y que las personas sean consideradas como un objeto reemplazable y descartable.

El carácter inerte de aquellas figuras de plastilina infectó las mentes humanas. Vivimos por vivir. Parece que vamos embarcados en un viaje sin destino como un barco varado en altamar que perdió su brújula. Sin metas ni sueños, las convicciones se esfumaron. ¿Alguna vez te perdiste en una ciudad desconocida? ¿Qué sentiste? Desesperación, quizás miedo o turbación. El ser humano perdió el rumbo y la aspiración de trascender. Así van muchos, guiados por la superficialidad del consumismo materialista, olvidando que solo los peces muertos son aquellos que nadan con la corriente.

Este artículo no pretende ser una oda al pesimismo. Sin embargo, ante una sociedad enferma y plagada de mentes de plastilina y corazones de cristal, la dosis de verdad es tan necesaria como urgente. Esto debe ser un llamado a reaccionar ante el status quo. A grandes males, grandes remedios. El hombre masa del que comentaba Ortega y Gasset debe ir extinguiéndose cada día. Ante la fragilidad, fortaleza; ante la cobardía, valentía. Nunca perdamos la esperanza de soñar y amar grandemente.

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