Quito, Ecuador
“Todo está permitido”. “No hay verdades”. “Todo vale”. “Hágase la justicia y que perezca el mundo”. “La democracia tumultuaria es la democracia en estado puro”. Estas, las voces del nihilismo. Estas, las voces que, durante las revueltas de 2019 y 2022, guiaron a los incendiarios del edificio de la Contraloría en Quito, y estas, las que ahora han guiado a los autores de los incendios forestales en Guápulo, que ya han cobrado algunas víctimas, entre ellas, una niña de once meses con quemaduras de tercer grado.
Los que ahora dicen que “Quito está bajo ataque” son los mismos que, en su momento, santificaron a los incendiarios de la Contraloría y a los que intentaron quemar el edificio de Teleamazonas, sin percatarse de que, cuando se da licencia a la barbarie, esta crece de modo incontrolable y resultan inútiles los esfuerzos que se hagan por detenerla.
Los autores de los incendios de Guápulo, sean quienes sean, creen tener el derecho de llevar a la práctica sus ideas o impulsos pase lo que pase, muera quien muera, se dañe lo que se dañe.
Los políticos del “todo vale”, los profesores relativistas, que no reconocen la existencia de valores universales, no pueden negar su responsabilidad en lo que está ocurriendo ahora, y no solo en Quito.
Si alguien cree, y lo pone en práctica, que para conseguir sus propósitos debe quemar edificios públicos, ¿por qué otro no ha de considerar válido quemar un bosque para conseguir los suyos?
Ambas acciones son moralmente idénticas. Ambas son engendros de la misma matriz. En ambos casos se trata de hacer el mayor daño posible a gente que a los perpetradores nada les importa. ¿Abstenerse de incendiar un bosque porque puede haber víctimas? Esa no es una razón para dejar de hacerlo. Al contrario, puede ser un aliciente.
Nos hemos acostumbrado a traspasar los límites, y a justificar los excesos y violaciones de todas las normas de convivencia civilizada, sin percatarnos de que al hacerlo estamos franqueando el paso a los que quieran violentar nuestros propios límites.
El incendio de Guápulo es terrorismo, no puede dejar de serlo, porque el terror es la consecuencia práctica del nihilismo, pero también su método. Los nihilistas, como sostiene André Glucksmann, se lo permiten todo y asumen que nada les está prohibido. “El terrorismo, señala el mismo autor, es el enemigo público del público”. Y, sin embargo, el mismo público lo ha alentado muchas veces, sin saber que estaba jugando con fuego.
El nihilismo ha parido al terrorismo y lo ha lanzado al mundo para que lo gobierne. No podemos permitirlo. Y lo primero que hay que hacer para evitarlo es aceptar que hay valores universales que el terrorismo transgrede y dejar de justificarlo.