Libia, el supermercado del contrabando mediterráneo siete años después de Gadafi

Libia

Siete años después del alzamiento rebelde contra la dictadura de Muamar al Gadafi, que se cumplen mañana, Libia es un gran supermercado del contrabando, dividido, sin gobierno y al servicio de las milicias, en el que se comercia con personas, combustible y armas y se violan los derechos humanos.

Dos bandos luchan por el poder que quedó vacío tras la derrota del tirano, asesinado nueve meses después de que grupos de diferentes ideologías, tribus y organizaciones opositoras en el exilio se levantaran al calor de las llamadas «primaveras árabes».

Ambos sin legitimidad democrática: un gobierno en Trípoli bajo la tutela de la ONU y otro en Tobruk bajo control del mariscal Jalifa Hafter, un exmiembro de la cúpula militar reclutado en la década de los 80 por la CIA y convertido hoy en el hombre fuerte del país.

Hafter, que durante dos décadas vivió exiliado en EEUU, domina el 70 por ciento del territorio, explota los principales recursos petroleros y cuenta con el apoyo de Rusia y Arabia Saudí, además de ser reconocido como una fuerza esencial por la propia ONU, y países como Francia, Italia o el Reino Unido.

«El mayor problema de Libia a día de hoy no es político. Es la economía informal, el contrabando de todo tipo de productos, que es lo que mueve su economía nacional y el que da de comer a la mayor parte de las familias porque no hay Estado», explica a Efe Saleh M. R., periodista y analista político local.

«No solo el mercado de armas y el de inmigrantes, que son los más visibles. También el de combustible, que tiene ramificaciones en todo el norte de África e incluso el sur de Europa» y que también controlan las milicias, explica Saleh, quien por motivos de Seguridad prefiere no ser identificado.

Según datos recogidos por la institución de análisis «Crisis Group», el tráfico ilegal de inmigrantes genera 1.500 millones de euros al año en Libia, está repartido por regiones e implica a diferentes milicias que colaboran en las distintas ciudades.

El de combustible, agrega la organización, produce más de 2.000 millones de euros al año y no solo afecta a Libia, si no que se extiende por todo el Sahel, con la implicación de países como Argelia y Nigeria y llega, incluso, a Italia.

El arresto el pasado agosto en el noroeste del país de unos de sus principales capos, Fahim bin Khalifa, desveló lazos con empresarios e incluso responsables en Malta y con grupos mafiosos, como la familia Ercolano en Sicilia.

Hace apenas una semana, la Compañía Nacional de Petróleo libia solicitó a la fiscalía del oeste del país el arresto de 144 personas por su supuesta vinculación con el contrabando de combustible «que le cuestan al país cientos de millones de euros al año».

La fragilidad de las fronteras, especialmente en las regiones del suroeste del país -territorio bajo el control de hombres como el general Ali Kanna, un tuareg que pretende revivir el gadafismo- permiten también el trasiego de yihadistas, que han convertido Libia en su principal bastión en el norte de África.

Una situación que ha llevado, incluso, a diversos servicios de Inteligencia internacionales a sugerir que en esa «zona gris» podría haber hallado refugio Abu Bakr al Baghdadi, autoproclamado califa y líder de la organización terrorista Estado Islámico (EI), tras su supuesta huida de Irak.

«Es poco probable que pueda ser así. El EI es una más de la muchas organizaciones yihadistas que pueblan el Sahel y no es la más poderosa. Grupos como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Ansar al Sharia o la nueva alianza fundada en Mali por Iyad ag Ghali son el verdadero peligro», explica a Efe un agente europeo.

«El problema en Libia es que cada milicia trabaja para sí misma, no hay una que destaque o que pueda liderar un mando conjunto. Hafter trata de asumir ese papel, pero la mayor parte de ellos no se fían de él. Su incapacidad para dominar Derna e incluso Bengasi es también un problema», agrega.

En este contexto, expertos locales internacionales coinciden en que existen pocas opciones de que fructifique el proceso de paz y reconciliación que impulsa el nuevo enviado especial de la ONU para Libia, Ghassam Saleme, nombrado hace apenas cuatro meses.

El propio diplomático libanés se apuntó hace dos semanas a estos malos augurios al afirmar que Libia no está aún en condiciones de afrontar unos comicios legislativos y presidenciales como los que su plan pretende celebrar este mismo año.

Una tesis a la que se apuntó el propio mariscal Hafter, verdadera clave para la solución del conflicto, que en una reciente entrevista con la revista «Jeune Afrique» insistió en que Libia «no está preparada para la democracia». EFE

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