Operación Caterva

Carlos Jijón
Quito, Ecuador

Conocí a Mauricio Ayora, mucho antes de que se convierta en Caterva, hará hace unos treinta años, cuando entré a trabajar como reportero del noticiero Telemundo, que dirigía el prestigioso periodista Alberto Borges y que sigue transmitiendo la cadena Ecuavisa al borde de la medianoche. Éramos jóvenes; yo había escrito ya varios años para la revista Vistazo; Mauricio era editor de videos; y creo que ambos admirábamos a Alberto, un español alto y calvo, que había sido corresponsal internacional de la revista Vistazo y que a fines de los ochenta, cuando yo entré a trabajar con él, era un periodista de fuste, al que conocían como “el gallo del cerro”, una celebridad de la televisión nacional.

No fui reportero de Telemundo por más de un año. Cuando Alberto murió, años después, de  un infarto, yo seguía escribiendo crónicas políticas y reportajes internacionales para Vistazo, y le había perdido la pista a Mauricio, hasta que un día lo encontré, muchos años después, caminando en la avenida 9 de octubre, en el centro de Guayaquil. Estaba totalmente calvo (se había rapado a mate), como Alberto, pensé, aunque él era pelado natural. Creo recordar que me contó que le iba bien, y que había empezado a trabajar como presentador de noticias de la mañana en Telesistema.

En esa época yo debo haber sido director de noticias de Ecuavisa. En los años siguientes recuerdo haber visto como Mauricio Ayora se convertía en “Caterva”, un espectáculo de la televisión. Calvo, aparecía con un gallo en el set y sermoneaba de manera sentenciosa sobre cualquier tema de actualidad. Era como una copia de Alberto Borges, de baja estatura y sin su formidable cultura. Pero su éxito iba en ascenso.

Casi en la misma época en que yo fui despedido de la dirección de noticieros de televisión, por las presiones del gobierno de Rafael Correa, Caterva fue contratado a precio de oro por TC,  ya controlado por el socialismo del siglo XXI. Y ahí se mantuvo durante todo el régimen, dirigido en la práctica por Fernando Alvarado, y convertido en el Alberto Borges de los pobres, un ancla del medio más importante de todo el emporio que manejaba el gobierno, una especie de símbolo, junto con Carlos Ochoa y Orlando Pérez, de lo que debía ser el periodismo en los tiempos de la revolución ciudadana.

¿Fue Caterva parte de una operación para desestabilizar al gobierno del Presidente Lenín Moreno golpeando en el centro el poder, el Secretario Eduardo Jurado, al denunciar, la semana pasada, a través de la pantalla de TC Televisión, supuestos cobros no autorizados de una compañía de seguros (de la cual Jurado es accionista) a través de la banca? Conociendo a Caterva uno no puede estar seguro. La calidad y el rigor de su trabajo periodístico, y del noticiero que presenta, lo llevan a uno a pensar que no: que se trató de una reacción desaforada al desaparecer de su cuenta una decena de dólares y lo lanzó en pantalla sin mediar ningún informe de la Superintendencia ni la opinión de un experto ni mucho menos la versión de los acusados. Ni la autorización del director del noticiero.

Pero el relato creado, en cuestión de horas, e impulsado desde la cuenta de Twitter del expresidente Rafael Correa, lo hacen a uno cuestionarse si no se trata de una operación de propaganda para sustituir de la discusión pública la imagen de un caudillo en serios problemas judiciales, para reemplazarla en las mentes de los ciudadanos por la de un gobierno supuestamente asociado a los banqueros para apropiarse del dinero de los depositantes.

El asunto no tiene lógica: los bancos no se benefician del cobro de contratos de seguros más que cuando debitan el pago de la electricidad, el agua potable o las pensiones del colegio de los hijos. Pero la fuerza del relato no radica en la lógica, sino en el mecanismo irracional de crear un enemigo poderoso y oculto que nos puede hacer daño. Y la banca ha desempeñado ese papel durante las últimas décadas. Al punto que un hombre como Correa, al que la justicia investiga por el secuestro de un exlegislador, el encubrimiento del asesinato de un general de la República, y que nunca se enteró de lo que hacía su vicepresidente, condenado por recibir millonarios sobornos para la contratación de obra pública, ahora encabeza una campaña para desestabilizar al Presidente que él mismo ayudó a instalar en el poder, y difamar a unos empresarios banqueros contra los que nunca se ha iniciado una acción judicial, ni siquiera durante los diez años que él controló la justicia.

Y sin embargo, el relato cobra fuerza, aún entre mis colegas de la prensa. La idea de que los empresarios (y en particular los banqueros) son unos enemigos de los que necesitamos ser defendidos por unos ya no tan jóvenes de manos limpias y corazones ardientes, sigue siendo poderosa. Seguramente como ocurría con los judíos durante la propaganda nazi, usted puede atribuir cualquier infamia a los banqueros, y siempre habrán muchas personas dispuestas a creerlo. Pero la realidad es que, al final del día, mientras no exista un informe de la Superintendencia de Bancos, esto no es más que una campaña de propaganda impulsada desde un ático de Lovaina, basada en el trabajo periodístico de Caterva.

De nada.

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