Amor a la banderita
Antonio Villarruel
Quito, Ecuador
En Quito uno percibe que se acercan las elecciones municipales cuando mira por toda la ciudad una hilera de zafias banderitas verde-limón que afean el ya lamentable paisaje y que, en buena parte, malviven después del día del sufragio y luego terminan, descoloridas, volando y aterrizando en las calles y avenidas y generando toneladas de desperdicio adicional a las que ya sobran en los vertederos. Como cuando uno viaja por el país en automóvil y ve todavía muros calcáreos desdentados que llevan allí décadas, y se acuerda de que Rodrigo Borja o Jaime Nebot, por ejemplo, tenían un partido político. Y que ese partido político, a veces, representaba una cierta ideología, una toma de posición frente al fenómeno político, por más aberrante que fuera.