Por Bernardo Tobar Carrión
Que la fiesta brava se convierta en su parodia o incluso se extinga cuando los toreros pierdan su valor, el público, su afición, o los empresarios, sus huevos -me refiero a los huevos de oro-, es un desenlace que habría que aceptar como parte del juego espontáneo de los cambios culturales, de las opciones personales, de las reglas del mercado, incluso de las modas, el signo de los tiempos, según dicen. Pero que desfallezca por imposición, ya originada en consulta popular, ordenanza o cualquier otra norma obligatoria, es una intolerable invasión de los dominios de la libertad individual. ¿Dónde está la línea que divide lo que puede decidir la mayoría de lo que debe ser materia de elección personal? Esta línea ha quedado desdibujada, removida, como un lindero usurpado que deja en mitad de la calle por la que pasan las masas, lo que antes era jardín propio, diseñado al antojo y sin consulta con el vecino.
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