Opinión

Quito y sus fiestas

Por Patricio Troya Meneses
Quito, Ecuador

Festejar a Quito, en mis primeros años, era una hecatombe barrial entre el 4 y el 6 de diciembre… maratónicos campeonatos de cuarenta, concursos para todos los gustos y edades, las calles cerradas y el ánimo social ferviente, a fuerza de hornados y algo de alcohol (whisky escocés, eran los setentas, ni que vainas…). De los toros, la tauromaquia, me enteré años después, básicamente por ser víctima de la monopolización de los programas taurinos en TV, en la noche, repletos de expertos españoles que explicaban con un acento peculiar cada posición del torero y su rival. Mis padres, profesionales jóvenes ambos, me aconsejaron risiblemente asimilar esas explicaciones como una especie de penitencia decembrina que todo mortal debía aceptar previas las fiestas navideñas y de fin de año, más regalonas y entendibles, más cercanas.

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Opinión

Fin de Fiesta

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Así llaman los flamencos al número con que cierra el espectáculo de este género musical, único, ritual. Siempre en palo de bulerías, semicorcheas de tres por cuatro, aire festero, mucho jaleo, a compás distendido, la última representación es una catarsis, la liberación del nervio contenido, el ajuste desenfadado a la clavija de la tensión vital, porque los gitanos no suben al escenario a interpretar música, sino a perseguir su identidad, a dejarse la piel, a comprobar que existen.

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