Opinión

Toros, toros, toros…

Por Eduardo Daniel Crespo Cuesta
Quito, Ecuador

Seré muy claro: sí, sí me gustan los toros. Que se entienda, la tauromaquia, eso de ir, sentarse en una plaza y ver cómo un ser humano se juega la vida frente a uno de los animales más bellos de la naturaleza. No soy ni psicópata, ni asesino, ni odio a los animales, ni tantas sandeces con las cuales nos deshumanizan los fanáticos antitaurinos. Soy esposo, padre, profesor, buen pana, buena gente, no jodo y vivo en paz. Máximo tengo los mismos traumas y vicios de mi generación, como la gente que conozco. Respeto la opinión ajena, y siempre me ha gustado decir que la mayoría de mis amigos no comparten mi visión del mundo, ya sea religión, opiniones políticas, música, comida, fútbol, toros y un largo etcétera.

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Opinión

La visión del tuerto

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Un hombre con setenta y tantos deja su asiento en las primeras filas y se descuelga al callejón con agilidad sorprendente, y de allí sale por un burladero hacia la arena, a oficiar el ritual que sigue a las faenas de mérito, consistente en colocar alrededor del cuello del torero un pañuelo rojo, distintivo de San Fermín. Cumplido el sencillo reconocimiento, propio de los pamplonicas, el hombre se devuelve a su asiento en los tendidos sin más protocolo que su andar despacioso, las manos cruzadas atrás, vestido de época, traje oscuro y un sombrero negro que se destoca apenas, para no trocar el respeto al público en aspaviento de masas. No es el alcalde ni ostenta cargo alguno; es un aficionado que paga su entrada como cualquiera y ha ganado autoridad por tradición.

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Opinión

Café descafeinado

Por Bernardo Tobar Carrión

Que la fiesta brava se convierta en su parodia o incluso se extinga cuando los toreros pierdan su valor, el público, su afición, o los empresarios, sus huevos -me refiero a los huevos de oro-, es un desenlace que habría que aceptar como parte del juego espontáneo de los cambios culturales, de las opciones personales, de las reglas del mercado, incluso de las modas, el signo de los tiempos, según dicen. Pero que desfallezca por imposición, ya originada en consulta popular, ordenanza o cualquier otra norma obligatoria, es una intolerable invasión de los dominios de la libertad individual. ¿Dónde está la línea que divide lo que puede decidir la mayoría de lo que debe ser materia de elección personal? Esta línea ha quedado desdibujada, removida, como un lindero usurpado que deja en mitad de la calle por la que pasan las masas, lo que antes era jardín propio, diseñado al antojo y sin consulta con el vecino.

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