Derecho y poder

Por Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador

Los profesores jesuitas de la Facultad de Filosofía San Gregorio de Quito -Hernán Malo, Julio C. Terán, Leonardo Ribadeneira, Eduardo Rubianes- iniciaban sus cursos poniendo en cuestión a la misma filosofía. Lo propio hacía desde San Salvador un contemporáneo de Malo, Ignacio Ellacuría, que había estudiado filosofía en Quito. «¿Filosofía para qué?», preguntaba el rector de la UCA a sus jóvenes estudiantes en los días más agudos de la guerra civil salvadoreña. «¿Ha entrado la filosofía en la época presente en su estadio final?», cuestionaba Terán desde Heidegger al variopinto auditorio de todos los colores ideológicos que le rodeaba y le miraba expectante en su Lección inaugural sobre la filosofía contemporánea. Malo, al iniciar las clases de Ética, citaba al I Wittgenstein para desaliento de quienes hubiesen esperado recetas: «Es claro que la ética no se puede expresar». Los tecnócratas, en cambio, no preguntan. Su problema es la planificación y la verificación de la ejecución. En tiempos de devaluación de la política convertida en escenario de márquetin, son peligrosos.

Desde sus orígenes, el derecho se ha visto enredado en las trampas del poder. Hoy, que se ve apremiado por este para que legitime lo que le dicta, ¿se cuestionan los profesores sobre la situación del derecho cuando inician sus clases?, ¿plantean a sus estudiantes cuál es la relación del derecho con el poder?, ¿o está reducido también simplemente a una técnica en la que no caben preguntas y que puede ser aplicada en un sentido o en otro desde el esquema aparentemente aséptico de medios fines?

En el comienzo de los años 20 del siglo pasado, un joven estudiante alemán con el trasfondo de la victoriosa Revolución rusa y las grandes movilizaciones obreras en su país y en general en Europa entera, se preguntaba también por la relación entre derecho y poder y los límites de la legitimidad. Su entorno institucional -entiéndase la Euroasia de su época- se resquebrajaba para no volver nunca a ser lo que fue. Estudioso de las grandes figuras del derecho de esa época -basta citar a Carl Schmitt-, Walter Benjamin se pregunta sobre el origen y el sentido del derecho en un pequeño texto de nombre aparentemente lejano del mundo jurídico: «Para una crítica de la violencia».

Ciertamente, el interés de Benjamin en el derecho no era en cuanto una profesión, ni siquiera como una disciplina científica más. Para él, constituía la estructura intelectual que definía la época. Uno de sus referentes intelectuales jurídicos, Rudolf von Jehring, le había dado la pauta en su obra cuando afirmaba que el derecho servía -medio- para mantener el orden social. Este mantenimiento del orden resulta puramente coercitivo, habida cuenta de la naturaleza egoísta del ser humano. Contemporáneo de una época de conflictos, Benjamin se preguntaba sobre la relación derecho y violencia.

Para el joven estudiante, la violencia está presente estructuralmente en el derecho, en su instauración y en su conservación. ¿Existen posibilidades alternativas a esta violencia?

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