El liderazgo regional que Chávez logró para Venezuela no le sobrevive

El carisma, el empuje y también la generosidad con otros países que desplegó Hugo Chávez en los 13 años en que fue presidente dieron a Venezuela un liderazgo regional que, un año después de su muerte, da señales de estar apagándose.

Chávez, que asumió el poder el 19 de agosto de 2000 y lo dejó el día de su muerte, el 5 de marzo de 2013, hizo que Venezuela tuviera más peso e influencia en América Latina y el Caribe incluso que Brasil, el gigante de Suramérica, que ha sabido desarrollar una eficaz maquinaria de política exterior reconocida mundialmente.

Que tenía carisma, madera de líder y astucia política no lo discuten ni los que en vida fueron sus adversarios, como tampoco que ninguno de los actuales líderes latinoamericanos tiene capacidad para tomar el relevo.

Es claro que el reconocimiento internacional no lo logró a golpe de chequera, pero también es cierto que la importante subida que experimentó el precio del crudo en la primera década del siglo XXI le ayudó mucho a ganar aliados para su «revolución», hoy en jaque por las protestas contra el Gobierno de su sucesor, Nicolás Maduro.

En relación con el continente americano sus pilares fueron una fuerte relación con el Gobierno de Cuba, el país que más se benefició de sus petrodólares, y un constante cuestionamiento o incluso enfrentamiento con Estados Unidos, que le hizo ganar no pocas simpatías también fuera de América Latina.

También practicó una defensa a ultranza de los aliados de la «revolución» y un ataque frontal a sus «enemigos», así como hizo una apuesta fuerte por la integración regional.

Maduro mantiene la política hacia Cuba y los encontronazos con EEUU, aunque precisamente ahora le acaba de tender la mano a Washington con el nombramiento de un embajador, algo que el Gobierno de Barack Obama ha considerado prematuro.

Por los problemas que ha enfrentado desde que asumió el poder, especialmente por los económicos, Maduro no ha podido dedicarse tanto a cimentar las alianzas con otros países y los organismos de integración creados o promovidos por su antecesor.

La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) no ha podido elegir secretario general desde el pasado agosto por falta de consenso y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebró en enero su segunda cumbre en la que tan solo se lograron compromisos muy generales para avanzar en la lucha para erradicar la pobreza.

La Alianza Bolivariana (ALBA), basada en la afinidad ideológica de sus miembros y quizás la más sólida de las instituciones de cuño chavista, trata de reafirmarse tras la muerte de Chávez con la creación de una zona económica común.

Petrocaribe, creada para ayudar a pequeños países caribeños a financiar sus compras de petróleo, se encontró a fines de 2013 que Guatemala declinó entrar alegando que los acuerdos no le convenían.

Además, Honduras, último país en unirse, anunció que el primer envío de crudo pautado para septiembre no llegaría hasta diciembre por «problemas técnicos» en las refinerías venezolanas.

En tiempos de Chávez, los miembros de la ALBA (Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela, así como algunas pequeñas islas caribeñas) respondían coordinadamente a las «agresiones» del «imperio» y de otros enemigos de la revolución y se apoyaban mutuamente de cara al exterior.

Hoy siguen haciéndolo, pero no tienen la misma fuerza.

El hoy expresidente colombiano Álvaro Uribe, quizás el mayor antagonista que tuvo Chávez, tuvo que enfrentar a todo el «frente» de la ALBA cuando se produjeron crisis con Venezuela.

Chávez y sus aliados lograron incluso que países como Colombia y Chile, con presidentes conservadores, apoyaran la imposición de sanciones a Paraguay por la destitución de Fernando Lugo, simpatizante de la ALBA, pese a que el juicio político al que fue sometido en 2012 es una figura incluida en la Constitución del país.

También propiciaron una respuesta unánime y contundente de Latinoamérica frente al golpe de Estado que derrocó en 2009 a Manuel Zelaya como presidente de Honduras, país entonces miembro de la ALBA, pese a que había reticencias en Panamá y Colombia.

Ya sin Chávez, los países de la ALBA, comandados por Ecuador en este caso, no han logrado el apoyo necesario de la región para su objetivo de profundizar la reforma de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y cambiar su sede de EEUU a otro país.

La ALBA ha contado tradicionalmente con el respaldo de Gobiernos como los de Argentina, Brasil y Uruguay, que tienen ejecutivos de una izquierda más moderada, en foros internacionales.

Un año después de la muerte de Chávez, la influencia que tuvo y que, según algunos analistas, se acentuaba por el «miedo» a desatar su ira y la de la ALBA al completo, parece surtir efecto todavía.

El reconocido historiador mexicano Enrique Krauze, autor de «Por una democracia sin adjetivos» (1964), entre otras muchas obras, deploró este lunes que «los Gobiernos de la región latinoamericana» permanezcan «callados» ante la represión que lleva a cabo el Gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela contra grupos estudiantiles.

«Chávez no era indispensable, nadie lo es, pero sí era un factor determinante en los procesos latinoamericanos», señaló en una reciente entrevista Modesto Emilio Guerrero, periodista venezolano y autor de la biografía «¿Quién inventó a Chávez?». EFE

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