El pontificado de Francisco cumple el 8 de diciembre mil días, tiempo en el que Bergoglio se ha consolidado como un respetado actor global con sus llamamientos a la igualdad, el diálogo o la paz en un mundo en conflicto.
El 13 de marzo de 2013 la chimenea instalada en el techo de la Capilla Sixtina, en cuyo interior se celebra el cónclave, anunció al mundo la elección de un sucesor de Benedicto XVI, quien renunció a la sede apostólica en un gesto bastante inusual.
Instantes después, a la logia central de la basílica de San Pedro se asomó un hasta entonces desconocido Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, para saludar al mundo como el primer papa Francisco de la historia.
Desde ese momento su popularidad fue en aumento y con sus constantes reivindicaciones se ha consolidado como una voz destacada en pro de la paz, del respeto a los derechos humanos, del cuidado del medioambiente o del diálogo entre religiones.
Su primer viaje fue a la isla italiana de Lampedusa, marcada por la tragedia de la inmigración irregular procedente de África y por los numerosos y trágicos naufragios de los que ha sido escenario.
Allí alertó del avance de «la globalización de la indiferencia», al señalar que la cultura del bienestar hace insensibles a las personas, las hace «vivir en pompas de jabón».
Pero su ministerio atiende especialmente a los pobres, los últimos y los excluidos por la sociedad, de quienes se acordó nada más ser elegido por el Colegio Cardenalicio y por quienes optó por adoptar el nombre del santo «poverello» (pobrecito) de Asís.
En estos mil días, Bergoglio ha sorprendido repartiendo dinero entre los «sintecho», les ha regalado sacos de dormir, ha habilitado una barbería y duchas en la plaza de San Pedro y les ha invitado al cine o a visitar tesoros artísticos de la Santa Sede.
También ha expresado su preocupación por el medioambiente, plasmada en su encíclica dedicada únicamente a este tema, la «Laudato Sì», y ha urgido a la Comunidad Internacional a alcanzar un acuerdo en la Cumbre del Clima de París ya que, en su opinión, el mundo se encuentra «al borde de un suicidio».
En este tiempo ha realizado diez viajes dentro de las fronteras italianas y once al extranjero, con especial atención a países como Ecuador, Bolivia, Paraguay, Sri Lanka, Filipinas, Corea del Sur o la República Centroafricana.
Quizá el más importante haya sido el que realizó a Cuba y Estados Unidos, países sumidos en un proceso de deshielo en sus relaciones bilaterales gracias a su participación, tal y como reconocieron los respectivos presidentes, Raúl Castro y Barack Obama.
También cuenta con especial relevancia su viaje a Tierra Santa, donde llamó al diálogo entre religiones, o el histórico encuentro que presidió en el Vaticano entre el líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás, y el expresidente israelí Simón Peres.
Francisco además ha inaugurado un estilo dialéctico novedoso, caracterizado por su sencillez y por evitar las medias tintas.
Por ejemplo ha excomulgado a los mafiosos durante un viaje a Calabria y no rehúsa denunciar la «red de intereses» que a su juicio se esconde detrás de los conflictos armados que han llevado al planeta a «una tercera guerra mundial por partes».
Pero más allá de sus mensajes a favor de los más débiles y de sus llamamientos a la Comunidad Internacional, Francisco es un papa reformista que quiere simplificar y dotar de mayor transparencia a las enrevesadas instituciones vaticanas.
Sus planes de cambio no solo transcurren por el plano organizativo sino que también alcanzan la doctrina católica y para ello en este tiempo ha convocado dos Sínodos de obispos, uno extraordinario y otro ordinario, que han analizado los retos a los que se enfrenta la familia en el mundo contemporáneo.
Estos planes, sin embargo, no se han traducido en cambios revolucionarios y los intentos de adaptación de la doctrina a los tiempos modernos encuentran todavía clara oposición en el interior de su Iglesia.
El programa reformista suscita el rechazo entre la Curia, a tenor de los últimos escándalos de filtración de material clasificado, a juicio actualmente en el Vaticano.
El martes, además de alcanzar esta efeméride, Bergoglio abrirá la Puerta Santa de la basílica de San Pedro, un símbolo con el que dará inicio el Año Santo Extraordinario de la Misericordia, periodo en el que concederá la indulgencia plenaria a los peregrinos.
Quiere una Iglesia que sea un «hospital de batalla» en el que los heridos sean sanados y, por eso, ha permitido que todas las catedrales del mundo, santuarios y templos de relevancia tengan su Puerta Santa para que la salvación y la misericordia esté al alcance de todos.
Por esa razón decidió anticipar el comienzo de este periodo en la violenta República Centroafricana, al abrir con sus propias manos la puerta de la catedral de Bangui para convertir a este pobre y conflictivo país en el «centro espiritual» del mundo. EFE
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