Visiones y elecciones

Cierto es que algunos de ellos han dejado entrever aquí y allá algunos pincelazos de esa visión, pero es necesario que ellos y los otros expongan sus visiones con mayor profundidad. En tiempos normales probablemente esto no habría sido necesario pedirlo. Pero estos no son tiempos normales. El Ecuador está por concluir una década de dictadura –probablemente una de las peores dictaduras que hayamos tenido en nuestra historia–. Por ello es que en las próximas elecciones no está en juego el cambio de un gobierno por otro, o de unos asambleístas por otros. Lo que el país va a enfrentar es el cambio de un sistema, de un sistema dictatorial, ineficiente y corrupto como el que hemos tenido, por un nuevo sistema político y económico.

Los candidatos deberían admitir –aunque no les sea fácil– que hasta cierto punto el próximo gobierno debería ser un gobierno de transición. Lejos de ser esto una desvalorización de su mandato, ello significa todo lo contrario. Es en las transiciones que sacan a los pueblos de los azotes de las dictaduras, guerras o catástrofes donde los líderes ponen a prueba su grandeza. De las decisiones que se tomen durante los próximos años va a depender mucho el futuro del Ecuador. Del próximo presidente dependerá si los ecuatorianos nos quedamos prisioneros de la dictadura correísta o de la llamada partidocracia. O si, por el contrario, el Ecuador cierra definitivamente ambos capítulos, y se embarca a construir una gran nación, libre de semejantes pesadillas. Para muestra de la complejidad del problema bastaría pensar que esa transición necesariamente va a pasar por un nuevo diseño constitucional. ¿Cómo hacerlo? ¿Por dónde comenzar?

El Ecuador perdió, sin duda, una increíble oportunidad histórica para sentar las bases de esa sociedad justa, con instituciones sólidas y una economía con vocación de crecimiento a la que hoy aspiramos. Por manos de la dictadura pasaron más 300 mil millones de dólares, una cifra gigantesca en cualquier parte del mundo. La mayor parte de los cuales fueron dilapidados y abusados. De haberse administrado semejante riqueza con honestidad e inteligencia, el Ecuador estaría hoy en camino de salir de su atraso secular.

Pero, como sabemos, nada de eso sucedió. El país que deja la dictadura es un país sumido en profunda crisis económica, con un ejército de desocupados; un país que es catalogado como uno de los más corruptos del planeta; donde existen presos y perseguidos políticos; donde no hay justicia independiente; en fin, un país donde no existen institucionalidad ni decencia pública. Tanto desde el plano de la ética, como de la política y la economía, es un país en escombros. Para levantarse de esos escombros el Ecuador va a requerir una gran acción colectiva, de grandes consensos, de muchas energías, y una buena dosis de renunciamientos y perseverancia. Y sobre todo de líderes que tengan una visión clara de hacia dónde vamos y cómo vamos a lograrlo. (O)

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