La muerte vende

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

“La muerte vende” es el título de una docuserie de Netflix que trata la historia de Wallace Souza, un reconocido periodista de Brasil que también era líder de una banda delictiva. Su manera de operar era bastante peculiar; como jefe criminal, daba la orden de asesinar a algún miembro de su banda rival y, como periodista, asistía a la escena del crimen, reportaba como primicia y comercializar la desgracia para su beneficio propio. Captaba en cámara imágenes explícitas de asesinatos e incluso se permitía hacer de forense, examinando a cercanía los cadáveres y elucubrando sobre lo que había pasado.

Su programa era el que mejor rating tenía y se convirtió en una de las caras más reconocidas de todo el estado de Amazonas. Tanto así, que utilizó la popularidad dada por su trabajo periodístico y su personalidad construida de ser ‘el hombre rudo que se enfrenta al crimen’, debido a que usaba su plataforma para denunciar al narcotráfico, para incursionar en la política. Fue el diputado estatal más votado de todo el país en las elecciones del 2008. Era un hombre famoso, y gracias su fama y su reputación estaba encaminado a escalar aún más en la cadena de mando de Amazonas. Todo eso se esfumó cuando se destaparon sus hechos delictivos y el mundo se enteró de que era un hombre que creaba la desgracia para reportarla como ‘periodista’, y que él era uno de esos narcotraficantes a los con tanto fervor retaba en su programa de televisión.

Souza es quizás, uno de los casos más extremos con respecto al periodismo utilizando la muerte y el morbo para captar audiencias. Es un caso aislado pero pavoroso, porque demuestra el poder de convocatoria que tiene la ‘crónica roja’ y las demás prácticas vomitivas que desvirtúan el ejercicio de la comunicación. Capitalizar en la desdicha desde lo periodístico no es una táctica exclusiva de Souza, existe desde hace décadas y hay centenares de medios de comunicación que son populares por ello. Usualmente estos medios son utilizados como un ejemplo del mal periodismo, pero siguen circulando a pesar de cualquier crítica, sanción o sometimiento al escarnio público, por sus altas ventas y su amplía capacidad de distribución.

La audiencia de estos medios cree que el periodista es una cámara con piernas que captura cualquier imagen sin filtro personal alguno. Sin que se le presente un dilema o una duda sobre las consecuencias que tomar tal fotografía puede tener. Por su parte, el periodista se lo cree y lo aprovecha, le es menester sacar grandes números y vender, así vicie los consensos de la profesión sobre respetar la dignidad humana y cualquier otra vertiente ética que se desprenda. Todo se reduce a vender. Sin importar los medios. Sus trabajos no tienen ningún valor informativo, mucho menos son un aporte a la sociedad.

Estos medios de comunicación son parte de un nicho específico, por lo que es muy ajeno y me causa conflicto ver a grandes medios, que gozan de fiabilidad y veracidad en su mayoría, caer en estas mismas prácticas, sobre todo durante la pandemia del coronavirus. Pero ha ocurrido, con fotografías de cuerpos desplomados en el suelo, titulares banales y cualquier otra práctica de su índole. La fotoperiodista española Susana Vera, ganadora del Premio Pulitzer como parte del equipo de la agencia Reuters que cubrió las protestas en Hong Kong, dice que “hay que publicar las imágenes de muertes para que la gente sea consciente de la gravedad de la pandemia”. No podría estar más en desacuerdo; la coyuntura no le da un pase libre al periodista que lo exima de ser un buen profesional y mucho menos le permite glorificarse y excusar sus lamentables acciones como un ‘mal necesario’ que funciona para concientizar a la población.

No hay ninguna causa noble detrás de tomarle una foto a un muerto. Dudo que el fotografiado quiera ser recordado así y no quiero ni imaginarme lo doloroso que ha sido para muchos el hecho de entrar a las redes sociales y encontrarse con fotos del cadáver de sus familiares en el suelo. No vale tampoco la excusa de que las fotos no son primeros planos o closeups del cadáver y se mantiene cierta discreción, da lo mismo. La intención se mantiene igual, el propósito no cambia.

Quienes se contraponen a esta idea de que el dolor humano sea utilizado como recurso para crecer plataformas, emprenden acciones como escribir microperfiles de los fallecidos, para que su perecer no sea solo parte de una estadística y se le ponga, de una manera metafórica y no literal, como lo que se crítica en este texto, rostro a todos los muertos. Es humanizador, es el verdadero periodismo de servicio, y si hablamos de cual concientiza más sobre los peligros de la pandemia, esta propuesta lleva la ventaja por goleada. Pero también, llegan a menos público, por la ausencia de ese componente morboso. Son iniciativas como esas las que revitalizan mi pasión por el periodismo. Las que no persiguen reconocimiento ni viralidad. Eso sí, deberían ser virales, por su propio peso, su calidad, la causa justa que abarcan y su contribución al mundo, pero ese es un desafío más grande cuando no se usan títulos rimbombantes o fotos explícitas.

La muerte vende. Es triste, pero cierto. También, en el periodismo, el camino de la crónica roja es uno de los más sencillos para encarrilarse. Es un tiro al piso y los beneficios son casi inmediatos. Es mucho más sencillo captar público, jalar clicks y generar ingresos. Inclusive, se puede ganar fama y trascender a otros espacios, como lo hizo Wallace Souza. El éxito de tal accionar se reduce a una cuestión de educación. La ausencia de educación y de valores de un público que es atraído por la violencia, el retorcimiento, por lo perturbador y lo oscuro. Y también, la falta de legislación bienintencionada que regule este tipo de prácticas, para no cortarle el millonario negocio a los dueños de estos medios, cuya capacidad y maquinaria de cabildeo es colosal.

La muerte vende, y el día de mañana la portada de esos diarios puede ser cualquiera de nosotros. Tiempo de reflexionar sobre sí ese es el periodismo mediocre al quieren seguir acostumbrándose, o sí ya es tiempo de crecer, prestar atención a las nuevas iniciativas y dejar que la arcaica crónica roja parta para nunca más volver.

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