No pasa nada

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

“Roben, pero roben bien, justifiquen bien, pero no se dejen ver las cosas, compañeros”. Ha pasado ya más de una semana desde que estos consejos fueron dados por una asambleísta. Lo hizo con micrófono en mano, y en un claro español; y al hacer esta oda a la corrupción –quizás esto es lo más grave– sus simpatizantes rompieron en aplausos y gritos de apoyo, “Roben, pero roben bien…”.

Ha pasado una semana, decíamos, y lo único que ha habido, aparte de la reacción de ciertos sectores, ha sido la consabida defensa del “me sacaron de contexto” o la conocida queja de que “soy víctima de una persecución”.

No se sabe si es de llorar o reír, pero algunos de sus coidearios llegaron al extremo de defenderla echándole la culpa a las comas y a los puntos seguidos. Pero, al final del día, la asambleísta de marras sigue muy campante; cobrando su sueldo que es financiado con nuestros dineros, dineros que, a su vez, ella incita robárselos. El espíritu de cuerpo de la mayoría de sus colegas la ha protegido con su silencio, confiados que pronto habrá otro escándalo que distraerá al país.

En la mayoría de las legislaturas hay comités de ética parlamentaria que gozan del suficiente poder para remover a sus pares cuando incurren en hechos como el de la asambleísta del “roben bien”, o situaciones similares que desprestigian la dignidad de poder legislativo. Y ello, al margen de si han incurrido en delitos o no, y sin que entre en juego la garantía de presunción de inocencia. Alguien que hace afirmaciones como las antes citadas simplemente no debe ocupar una dignidad pública y menos recibir fondos públicos.

Pero todo indica a que nada va a suceder. En ese ocioso letargo en el que viven muchas de nuestras élites, el “roben, pero roben bien” pasará a la bodega del olvido o a la cisterna de las ironías que de tanto en tanto será usada para acompañar alguna picaresca anécdota.

Una sociedad que vive así, del flujo de los espectáculos y del reflujo de simplonas payasadas, de denuncias estridentes, de poses y de narcisismos, de las frasecitas acomodadas y de una asfixiante superficialidad gaseosa, esa sociedad terminará devorada por la historia.

Más grave que el llamado a que “roben bien” es el hecho de que nada va a pasar. Ese es el Ecuador que hemos heredado y al que debemos vencer. Una corrupción estructural, profundamente enraizada en la cultura del país, que si bien es de antigua data, no es menos cierto que llegó a su clímax durante el gobierno de la pandilla de mafiosos que lideró el prófugo que hoy vive como rey en Bélgica.

Se robó entonces a manos llenas y se lo hizo bien. Las revelaciones de cómo ha venido funcionando la Contraloría, esto es, como una suerte de fábrica de extorsión y de dinero fácil, liderada por un señor que obtuvo 100/100 en sus exámenes y que hoy, para variar, está prófugo de la justicia también, no hacen sino confirmar este escenario.

Estas reflexiones pueden parecer cansinas. Pero callar o mirar a otro lado por esto de que “roben, pero roben bien”, no es una opción para millones de ecuatorianos honestos que luchan a diario por vivir con dignidad en una sociedad que naufraga en una red de alcantarillas malolientes a pesar del loable esfuerzo de ciertos líderes responsables. Uno de ellos, César Monge Ortega, lamentablemente acaba de fallecer. (O)

LaRepública.

Asambleísta Rosa Cerda

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