Frank Sinatra has a cold
Quito, Ecuador
La entrevista no es un género del periodismo, así como la guitarra eléctrica no es un género musical. Una guitarra, una entrevista y una llave inglesa son básicamente lo mismo: herramientas.
La entrevista no es un género del periodismo, así como la guitarra eléctrica no es un género musical. Una guitarra, una entrevista y una llave inglesa son básicamente lo mismo: herramientas.
Tras una breve visita al Ecuador, me llamó la atención la presencia de Rafael Correa (RC) en todo tipo de conversación. No es un fenómeno novedoso, porque esa ha sido la tónica de los últimos cinco años. Lo distinto ahora es la intensidad del escrutinio casi académico sobre el presidente. Conversar sobre él se convirtió en una necesidad automática, que resulta de una presencia cuyo comportamiento es determinante para el presente y el futuro del país. Es como si nuestro destino dependiera de la respuesta a un enigma. RC adquiere ese halo de misterio porque políticamente da giros increíbles, tiene una vida de novela dickensiana y una personalidad carismática y arrolladora -con todos los pros y contras- que alcanza sus objetivos sin importar el cómo.
Una de las señales inequívocas de que un gobierno totalitario va consolidando su hegemonía sobre todos los poderes y espacios de un país es la pérdida de la vergüenza para defender las posiciones más impresentables y para decir sin pudor cosas que en otro momento y ante otras circunstancias harían sonrojar a cualquiera.
Una constante del gobierno de la Revolución Ciudadana ha sido el incremento sistemático de tributos siempre que se presente algún tipo de necesidad, que puede llegar a tener algún sentido forzado, o que puede más bien, como es de costumbre, tener una justificación de lo más absurda.
El asilo es, en términos amplios, un privilegio concedido a ciertas personas, generalmente por razones de persecución política, que son amparadas en un nuevo país sin que posteriormente puedan ser obligadas por la fuerza a dejar el país asilante. La tradición del asilo tiene una historia bastante larga, desde aquel por razones religiosas, con antecedentes que se pueden ubicar en el siglo XIII a.C., pasando por el asilo a delincuentes comunes (de carácter propiamente territorial), hasta el hoy moderno asilo por razones políticas (en parte inspirado en el artículo 120 de la Constitución francesa de 1793, que establecía que Francia: «Da asilo a los extranjeros desterrados de su patria por causa de la libertad»).
Existe una agenda más o menos frontal que pretende echar para atrás los niveles de consumo (calidad de vida) de cientos o miles de millones de personas, con miras a reducir el impacto humano sobre el planeta y una supuesta catastrofe en caso de no lograrlo. Démosle una mirada al tema, y veamos quéde cierto puede tener y cuales serían sus consecuencias.
Ciertos ritos que, para los occidentales, tan laxos y acomodaticios en cuestiones de fe, podrían pasar por una curiosidad religiosa, empiezan a ser la estampa de una época posmoderna que mira la red digital como una revelación milagrosa, vive en comunión con los adminículos tecnológicos, cree que el camino hacia la verdad es la banda ancha y la nube virtual, el Paraíso. Es ya común ver grupos de personas con la mirada perdida en el mismo objeto de adoración, en trance, las manos alrededor del tótem, que pulsan nerviosos con los pulgares, una suerte de muro portátil de las lamentaciones: el teléfono inteligente, generalmente más inteligente que su dueño, que cree poseer el aparato místico cuando en realidad es éste el que posee a aquél.
Al realizarse la reciente Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Cochabamba, Bolivia, el país anfitrión, así como Ecuador y Venezuela renovaron sus durísimos y peligrosos ataques contra la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y sus relatorías especiales.
Así fue como Ron Ziegler, Secretario de Prensa de la Casa Blanca, tildó el intento de robo en unas oficinas que tenía el Partido Demócrata en el edificio Watergate ubicado en Washington D.C. ocurrido hace cuarenta años, la noche del 17 de junio de 1972. Se trata dijo de un simple “third rate burglary”, en un afán de restarle importancia al asunto cuando ya había comenzado a atraer la atención. Un simple robo de tercera clase que se convertiría luego en un enorme escándalo político que obligó al presidente Nixon a renunciar.
No deja de ser impresionante la contradicción que existe entre la exigencia de las filosofías contemporáneas -es el caso de Axel Honneth, de la tercera generación de la Escuela de Fránkfort, o de Avishai Margalit, por ejemplo- por los procesos de reconocimiento de las personas y su lucha contra lo que se llama vulneraciones morales por una parte y por otra, la facilidad en cambio con que en nuestro medio se afecta a la persona en nombre de la defensa de supuestas causas justas o «proyectos» que de ninguna manera pueden justificarse en nombre de la exclusión y del agravio.
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