No hay libertad de prensa

Diego Ordóñez
Quito, Ecuador

Para contradecir esta conclusión, desde filas correístas, afirman que no hay periodistas ni presos ni muertos. Y que articulistas y comentaristas dicen lo que quieren. Freedom House, fundación norteamericana que investiga sobre la vigencia de las libertades en el mundo, en su último reporte concluye que en Ecuador no hay libertad de prensa.

Un alcalde, trashumante de la partidocracia, hostiga a un medio porque no ha publicado una noticia que según este funcionario debió publicarse como “de interés público”. Esta pretensión es resonancia de una anterior. El presidente Correa arremetió contra los medios escritos porque, según él, no publicaron una noticia que en su imaginación consideró que todos debíamos conocer y seguramente aplaudir.

La mayoría de ministros, y todos hasta hace poco, son clandestinos. En un Estado de propaganda el más importante funcionario público es el Secretario de Comunicación. Este funcionario jamás concede una entrevista que no sea a los periodistas enrolados y que trabajan para una entidad pública que el mismo preside. Periodistas o entrevistadores de medios independientes no pueden entrevistar al caballero. Tampoco hay rápido y libre acceso para inquirir y escrutar a otros funcionarios de alto nivel. Si los ministros están parapetados, también lo está el presidente que tampoco concede entrevistas, salvo a medios locales, digamos de aquellos en los que no hay riesgo de preguntas peligrosas. La rendición de cuentas, y una forma es mediante las preguntas que formulan los periodistas, transmutó en un recurso publicitario sin espacio de contraréplica. Eso es la sabatina. Monólogo, sin contrapreguntas.

Los medios se inhiben de provocar investigaciones sobre corrupción. La tenebrosa experiencia de los periodistas Calderón y Zurita que novelaron el surgimiento patrimonial del listo hermano mayor fue ejemplarizadora. En el pasado, cuando todo era pura partidocracia, los medios usaban la Ley de Transparencia, cuyo cumplimiento el presidente Correa, en medio de algún lapsus, le encomendó al director de un medio al que luego persiguió sin miramiento.

Los articulistas releen sus textos para evitar que algún semiólogo encuentre alguna desviación al secreto index de términos y conceptos que administra un funcionario dependiente del poder. Editores consultan con abogados cuál podría ser la interpretación de una noticia, opinión o reportaje contra las discrecionales y abiertas normas de la Ley de Comunicación. Y es más, con el riesgo que algún burócrata electo o designado crea que su viaje o su fiesta debe ir en primera página. Se tramitan muchas denuncias contra medios y periodistas que así no reciban sanción, quedan coaccionados.

Para desaparecer una libertad no siempre se necesitan muertos, desaparecidos o presos. Los hechos descritos demuestran que desde el poder se impide que el periodista haga su trabajo. La libertad de prensa, es libertad para informar, para comunicar, para acceder a toda la información sin restricción, procesarla independientemente; y a preguntar sin miedo a que le manden a callar o le endilguen la condición de corrupto. Desde hace ocho años esa prensa, la que existía antes, ya no existe. En el correísmo creen que eso es un mérito. Y allí la discrepancia.

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