El discurso
Bernardo Tobar
Quito, Ecuador
Cada vez menos gente resiste la tentación de dirigir unas palabras a guisa de bienvenida, brindis, solidaridad, homenaje o cualquier otra justificación que les permita reconocerse a sí mismos mientras aparentan elogiar a los demás. La línea más clásica en este género de servicio a las propias vanidades es la expresión paterna de orgullo por los logros del hijo el día de la graduación, invariablemente un muchacho que ha seguido la tradición familiar de estudio, dedicación, responsabilidad -«si supieran», comentan los colegas de juerga de este último-; o las referencias a la belleza de la novia -aunque todo el mundo ve que se parece tanto al tosco espécimen con cara de buey sogueado de su padre-, o a su virtud modelada a semejanza de la madre -aunque todo el mundo ve que no se parece en nada al que oficia de padre-. Y al término de la capilla ardiente, vemos a todo difunto retratado como un modelo a seguir.