¿Votar por cualquiera?

Hernán Pérez Loose

Guayaquil, Ecuador

El señor Salcedo, detenido por liderar una organización criminal dedicada a traficar con medicinas de los hospitales públicos, ha declarado desde la cárcel que tan pronto como concluyan sus problemas con la justicia se dedicará a la política.

Gracias a una reciente decisión de la mayoría del Consejo Nacional Electoral, las personas contra quienes existan órdenes de detención podrán inscribir sus candidaturas para el próximo evento electoral desde sus casas, sus escondites o inclusive desde la propia cárcel. Un precandidato a la Presidencia de la República hace pocos días auspició –o al menos no la ha rechazado– una publicidad en la que alguien expresa la decisión de votar por él añadiendo algo así como “y qué diablos…”, o “y qué importa…” (en realidad la expresión que se usa es otra de tinte machista y que constituye un insulto irrepetible en las páginas de un diario).

La Corte Suprema de Argentina acaba de negar el reconocimiento de una sentencia dictada por un juez ecuatoriano y confirmada nada menos que por la Corte Nacional de Justicia por cuanto se ha comprobado que dicha sentencia fue el fruto de corrupción. Igual cosa y por la misma razón han hecho las cortes de Canadá, Estados Unidos, Brasil y otros países.

A estos episodios pueden añadírseles otros. Todos ellos dibujan el nivel de desprecio, degradación y miseria ética en la que yace el país desde hace algún tiempo gracias a una clase dirigente que en su mayoría ha demostrado ser tan corrupta como inepta. Un delincuente que no ve mucha diferencia entre la política y el delito; un máximo órgano de control electoral que facilita las candidaturas de individuos buscados por la justicia; un precandidato a la Presidencia de la República que invita a votar por él como si se tratase de una simple apuesta a la ruleta de un casino. Todo ello es un claro signo de una crisis más profunda de lo que nos podemos imaginar. Esa frivolidad con la que se aborda el futuro de nuestro país, donde todo vale y, a la vez, nada vale; donde los políticos han terminado por temer que se les diga que son políticos por el desprestigio en que ha caído la política; en fin, donde a la democracia se la entiende como un simple basurero, esto y más es lo que ha convertido al Ecuador en una nación que nadie respeta, que nadie toma en serio, donde la corrupción ha penetrado prácticamente todos los intersticios de la sociedad.

Eso explica por qué la flota pesquera china se nos burla anunciando, como gran concesión, que se retirará de sus faenas de pesca a inicios del próximo mes, cuando se sabe que por esa fecha ya tenía planeado irse con o sin la tímida protesta del Gobierno. Eso explica por qué una obra como Coca Codo Sinclair, que iba a costar 740 millones de dólares, terminó costándoles a los ecuatorianos más de 2000 millones de dólares. Eso explica por qué el Gobierno de Bélgica tolera nomás que un delincuente que es buscado por la justicia ecuatoriana por secuestro y peculado siga desde su territorio conspirando contra nuestra institucionalidad. Es que somos un país que es fácil no tomarlo en serio dado que ni a los propios ecuatorianos les importa su futuro.

De tanto votar por cualquiera –como hoy se nos vuelve a pedir– hemos terminado perdiendo nuestra dignidad como personas y como sociedad. (O)

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